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Investido Sánchez y a la espera de lo que pase con la amnistía, creo poder augurar que España no se va a romper. No diré yo que entre unos y otros no la dejen bien estrujada, pero de ahí a la fractura queda un buen trecho. Lo que sí se rompe es la cesta de la compra. Pienso en aquellas bolsas de rejilla elástica que, hace muchos años, llevaban las señoras para ir al mercado o a la tienda de la esquina. A medida que las ibas cargando se alargaban, como un extraño saurio desentumecido. Pues ahora la rejilla de la bolsa puede estar a punto de romperse, y no por el peso de los productos de la compra sino por el montón de dinero que cuesta llenarla. Y lo que costará, ahí están las perspectivas de precio de la sacrosanta lechona navideña.

Sánchez, en su nueva andadura, debería temer una rebelión de la gente común y corriente, la que no puede llegar a fin de mes. Porque...¿de verdad le importa Puigdemont a la señora María? Es al presidente a quien le interesa azuzar todavía más los exaltados ánimos de la extrema derecha, esa asquerosidad de las muñecas hinchables frente a la sede del PSOE.

Sergio Rodríguez declaró el otro día que había jurado derramar su sangre por la unidad de España, pero a la mayoría de los habitantes de la vieja piel de toro e islas adyacentes les preocupan cuestiones mucho más prosaicas. Morir por la patria es una heroicidad pero vivir en esta patria resulta cada día más caro y ahí nos duele a muchos. Me lo explicó un día un sabio rabino. «Muchos judíos –dijo– se dejarían matar antes de tener que hincar el diente en una costilla de cerdo, pero no es común que a uno le coloquen una pistola en la sien por este asunto. Lo difícil es cumplir con el día a día, las pequeñas obligaciones, los ritos cotidianos». Pues en la España sanchista, lo mismo: quizá algunos se inmolarían en un minuto de heroicidad, pero no son capaces de luchar contra los responsables de las penalidades que nos trae el día a día.

Feijóo estuvo brillante en el debate, pero quizá sea llegado el momento de que cambie su discurso. Porque las ‘heroicidades’ no harán mella en Sánchez –al contrario– y sí puede hacerlo el goteo persistente de la estalactita. Es el dinero, estúpidos. La épica, en estos tiempos y salvo notables excepciones, es para los bien comidos.