Se impone desde hace años la cultura de la secuela, que por supuesto dejará secuelas futuras, y así, de secuela en secuela, vamos tirando. Algún intelectual laborioso, a la manera de Foster Wallace en La broma infinita, debería escribir una gruesa novela, un ensayo o una novela ensayística titulada La secuela infinita; mientras tanto, yo intentaré despachar el asunto con un párrafo. Porque aunque siempre hubo numerosas secuelas, y en su acepción clínica de trastorno o lesión producida por una enfermedad, un enamoramiento o una decisión política estamos muy acostumbrados a sufrirlas («me quedan secuelas», se dice), la cultura actual consiste en que la secuela de la cosa es más importante que la cosa. Y suele estar implícita en el original de dicha cosa, que sólo existe, precisamente, para generar más secuelas. Se nota sobre todo en el cine y la literatura, naturalmente, donde no sólo todo son secuelas de secuelas, sino que apenas se acepta una novedad que no contenga ya sus posteriores secuelas, sagas y franquicias, y existen géneros enteros (superhéroes, crímenes, galaxias, etc) de duración infinita mediante secuelas y precuelas. ¡Precuelas, el colmo de la secuela!
La secuela infinita
Palma20/11/23 0:29
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