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Presumía el otro día Alberto Núñez Feijóo de que él nunca ha perdido unas elecciones y lo decía en un tono que dejaba claro que el de perdedor es un papel que no le gusta. Un día después, su contrincante –que ha acabado por llevarse el gato al agua– recordaba que las victorias y los fracasos, en política, son limitados, porque el tiempo corre a favor de unos y otros. Parecía un modo elegante de aconsejarle paciencia a un «triunfador» que va a tener que ajustarse al incómodo sillón del jefe de la oposición. No lo tiene fácil Feijóo. Le queda el derecho a la pataleta, que ejercerá –ya lo está haciendo– con la táctica de sacar a la gente descontenta a la calle. Algo que no servirá nada más que para enturbiar el ya crispado ambiente social y político del país y enmendar las redes sociales, las cenas navideñas y hasta las relaciones laborales y personales.

Pedro Sánchez ha conquistado La Moncloa otra vez. Es así de sencillo y su contrincante, a pesar de su incontestable éxito en provincias, debería asimilarlo cuanto antes y trazar una impecable estrategia de oposición que demuestre al pueblo qué haría él si tuviera el poder. Porque hasta ahora lo único que hemos percibido es su soberbia, sus chistes malos, sus deseos de revancha y la rabieta que parece no saber controlar. Queremos programa, como decía aquel. Más allá de bajar impuestos a los ricos y fomentar el odio furibundo hacia las otras lenguas, que de eso sí nos hemos enterado por cómo funcionan en las comunidades en las que gobiernan. Quizá la izquierda lo esté haciendo rematadamente mal, pero qué decir de la derecha… el país tiene suficientes problemas y de suficiente calado como para dedicarse a la agitación en vez de contribuir a resolverlos.