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El término albar significa blanco, pero a medida que se prolonga la presencia del señor Albares, en el Ministerio de Exteriores, más se oscurece su biografía. Puede que una de las labores más meritorias fuesen sus continuas gestiones para evitar que la sede de la Organización Mundial de Turismo dejara de tener su sede en España. Ahí estuvo a la altura de lo que se espera de un diplomático profesional. Ignoro si le consultaron, o no, de la llegada a un hospital de Logroño de Brahim Gali, uno de los fundadores del Frente Polisario o fue una de esas maniobras de los de Podemos, pero la compensación posterior, declarando que Sahara debía ser un territorio autónomo bajo la supervisión de Marruecos, provocó con Argelia una crisis que le costó a España miles de millones de euros.

Sin embargo, nada de eso es tan importante como el terremoto que ha causado el cambio de postura respecto al secesionismo catalán. Embajadores, consejeros, agregados y un largo etcétera, llevaban más de un lustro sosteniendo que los secesionistas son una minoría en Cataluña y que son peligrosos, no sólo por sus derivadas de grupos violento, sino porque pueden provocar un efecto perverso en todo el territorio de la UE. Imagínese usted a esos cientos de diplomáticos, avisando de los peligros del secesionismo catalán y, de pronto, después de ¡¡cinco años!! resulta que tienen que confesar que estaban equivocados, que no son tan malos, y que, en realidad, los malos son los jueces que los condenaron, porque el que quiere seguir siendo presidente del Gobierno de España necesita los votos de los diputados afines al separatismo.

Naturalmente, un diplomático es un profesional, que tiene que hacer lo que mandan sus jefes, pero nunca tuvieron un jefe que les pusiera tanta cara de tontos, y sujetos del cachondeo internacional, com este Albares, cada vez más sumiso y oscurecido.