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E l trasiego es a veces febril en los pasillos, en los que personal de enfermería, asistencial y del voluntariado, de limpieza, de medicina, transita de habitación en habitación, con su carga de medicamentos, aparatos, comidas, objetos de higiene, siempre con una entrega absoluta. Siempre con palabras de ánimo para familiares de los enfermos. Un cúmulo de vocaciones, las más estrictamente del ámbito de la salud, que constituye el gran activo en recursos humanos con que cuenta este Hospital Sant Joan de Déu en el Coll, con sus ramificaciones en Inca y en la calle Nuredduna de Palma. Los que hemos tenido la dolorosa experiencia de tener un ser querido en un recinto hospitalario, nos consuela esa actitud positiva del personal, atento a todo. Profesionalidad absoluta.

Dos meses y medio largos en un hospital son severos para el enfermo y sus familiares, cuando se aborda un pronóstico grave, irresoluble. Son semanas que pasan con una cadencia lenta, con una rutina que agota a quienes han de estar velando por el familiar afectado. Ese tiempo, sin embargo, permite establecer conexiones humanas con enfermeras, asistentes, mujeres que asean habitaciones, doctoras y psicólogas que, sin exigirlo, dan información y sosiego, en horas estrictas y oscuras, a las familias. Es duro, muy duro, este Hospital Sant Joan de Déu. Y lo es por las tipologías de enfermedades que albergan sus paredes. Pero ese espacio rocoso se transmuta en comportamientos solidarios, en palabras de afecto, de animosidad y consuelo.

Aquí actúan con igual tesón y entrega terapeutas que persiguen engrasar articulaciones, músculos, movimientos, actitudes: todo en el ámbito físico, todo en la esfera mental. Unas pautas dirigidas y coordinadas por gente competente que hace todo eso con naturalidad, sin darle la importancia que realmente tiene para quienes se encuentran al otro lado de esa vida que transcurre normal, pero que se imbuye de la incertidumbre: de no saber qué va a deparar el futuro más inmediato. La duda, perenne. Este hospital forma parte de la red de hospitales públicos que tenemos en Balears, una infraestructura de primer orden que, muchas veces, no valoramos en sus justos términos y que pasamos a entender mucho mejor si tenemos experiencias directas. Errores y fallos existen en todas las actividades, tanto en el ámbito privado como en el público. Pero la sanidad de todos, la pública, la que nos cuida, a la que acudimos cuando el problema es mayor, es la esencial: porque impregna a toda la población, tenga la renta que tenga, sea cual sea su nivel social.

Al complejo sanitario se le dedicaron múltiples aplausos cada tarde, durante el confinamiento vírico. Pero ese aplauso, ese reconocimiento, ha de ser más cotidiano, menos ocasional, más directo e inmediato. Mi aplauso, mi reconocimiento, mi adhesión, es para esa red pública, encarnada en el Hospital Sant Joan de Déu, y al conjunto de profesionales que trataron a un familiar querido, durante varias semanas, hasta su final. Un agradecimiento público a un equipo humano por los valores que defiende. Labor vocacional. Entrega social. Solidaridad con los enfermos. Sanidad universal.