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Los libros de teoría política dicen que los parlamentarios son representantes de los ciudadanos. Emanan de la sociedad y son una muestra de ella. Una muestra perfecta porque en su diseño participamos todos. Eso significa que los diputados tienen el derecho de hablar en nuestro nombre siendo nuestros portavoces. Han sido elegidos para hacer lo que hubiéramos hecho nosotros. Eso es ser nuestros representantes: actuar en nuestro lugar, ser nosotros pero en reducido, en manejable, en legible, en interpretable. Ellos son nuestro espejo. Lo que se refleja somos nosotros.
O sea que, visto lo visto en el Parlament balear, debemos deducir que los ciudadanos de las Islas Baleares somos unos impresentables, unos pillos, gente sin palabra. Incluso sin vergüenza. «Mira al representante para conocer al representado» deberíamos decir, aunque el refranero popular es más preciso: «En veure el sant, ja poden veure el miracle».
Que los de Vox se peleen sin acordarse del motivo, sin haberse molestado en encontrar una excusa ideológica bajo la que esconder su inquina, indiferentes al riesgo de provocar que el general desenfunde el sable; que se hayan expulsado todos a todos, al punto de que ahora ya nadie sabe a quien hay de darle la llave de la sede, no puede hacernos olvidar el pasado; que únicamente sigan unidos por la necesidad de seguir cobrando cada mes la nómina es otro episodio de nuestro Parlament, pero de una historia que no para de enriquecerse.
Porque si esta cutrez de gente nos representa, también tenía nuestro voto para hacer lo propio aquella tropa de Podemos. Que una de aquellas diputadas llegara a dormir en la sede parlamentaria para pasar las dietas sin gastar en hotel era también una representación nuestra; la telenovela de Huertas también era parte de Baleares y, por supuesto, aquel presidente herrero que estaba en contra de todo pero que aceptó que los discursos se los escribieran en el Consulado del Mar con tal de ocupar el cargo con su correspondiente retribución.
O el centro moderado nacionalista de Unió Mallorquina, que parecía un partido político y era un sindicato de la intermediación y cobro de comisiones, al que adoraban todos los que querían un día tener poder. O el patético final de Ciudadanos, que sólo tuvo dignidad mientras eran dos. Esto también éramos nosotros.
No me meto con los dos partidos dominantes, hoy ya desiertos completamente de ideología, cuyos mequetrefes llevan cuarenta años vendiéndonos el mismo crecepelo con el que todos nos hemos quedado calvos. Mucha valentía en las palabras pero lo cierto es que ni funciona la educación; ni para de degradarse nuestra renta; ni protegemos el medio ambiente por más que no hablemos de otra cosa; ni conseguimos tener viviendas a precios lógicos; ni gestionamos el aluvión turístico sea con el viejo modelo de la derecha, sea con el de la izquierda, idéntico al anterior; el resultado es que tras mil promesas, no hay régimen especial, ni tranvías, ni acabamos con la estacionalidad, ni salvamos la agricultura, ni arreglamos ‘Corea', ni cerramos Son Banya.
Para no remontarnos a más de un año atrás, uno de los presidentes de un consell insular hoy en día es un chantajista que quería un salario público adicional para fines personales a cambio de su voto: representa a la última de las islas. Y no olvidemos que habíamos llegado a que entre nuestros cincuenta y nueve representantes hubiera nada menos que diez imputados por corrupción, lo que siguiendo esta regla de tres apuntaría a que esto es Sicilia.
Yo me niego a aceptar que los representados seamos como lo que los representantes hacen ver. No puede ser. No es verdad que la ciudadanía balear tenga un nivel tan lamentable. Esto no es la selva. El espejo de la sociedad que es el Parlament debe de estar deformado. Es cóncavo. Lo peor que estaría dispuesto a aceptar es que no sabemos votar. Evidentemente, algo no funciona bien en el mecanismo electoral: o la oferta excluye a los buenos, o la banalización de la comunicación oculta a los serios, o el ambiente de la política espanta a los sensatos, o la reputación de esta representación degrada a quien tenga respeto por sí mismo.
Ahora mismo hasta dudo de que las listas abiertas pudieran corregir este desastre, aunque seguramente algo ayudarían. Y una mejor cultura política (y de la otra) en una sociedad que salvo en el poder de compra, me recuerda a una república bananera del Caribe por ingenua, crédula, engañable, indocumentada y dispuesta a votar sin pensar, sin estudiar, sin responsabilidad alguna. Tenemos dinero pero, a grandes rasgos, no entendemos nada. Y nuestra educación nos asegura que esta tragedia va a durar aún muchos años.
Bajo ningún concepto quiero sumarme a los que hacen sesudos análisis ideológicos de este patio de vecinos que es el antiguo Círculo Mallorquín. Sería ridículo. Una asamblea de estudiantes no se basa en ideas sino en impulsos, igual que lo que nos ocurre en nuestra cámara. Ahora le llaman política a los juegos malabares empleados para sobrevivir a los golpes, a buscar trucos para salvarse y no a solucionar los problemas reales de los ciudadanos.