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Esta semana he leído un artículo de J. Malagamba en UH. Había una reflexión de un músico mallorquín. Me pareció brillante. Decía M. Garcias, analizando la degradación de Palma. «No es una denuncia, es una autocrítica a una generación pasiva». Coincidí con él en la reflexión. Para los que vivimos como adolescentes el mayo del sesenta y ocho, en la reclamación de una nueva generación que anhelaba la libertad. Se consiguió el objetivo. Cayó el muro de Berlín y se inició un proceso de transformación que desembocó en España con la transición. La movida madrileña inundó la juventud de esperanza y creatividad. En Mallorca recuerdo con nostalgia las manifestaciones exigiendo la preservación de sa Dragonera. Lo conseguimos. Con Bauzá de presidente las camisetas verdes consiguieron la derrota presidencial. Pero la generación actual está presa de las redes con su desinformación.

El nihilismo y hedonismo se ha adueñado de la razón y espíritu crítico. El culto al cuerpo en lugar de la mente. Ante la ausencia de líderes espirituales y políticos, los influencers con su indigencia cultural y formativa se han adueñado de la deformación de la juventud. Los intelectuales aletargados y la falta de valores nos han sumido en una decadencia preocupante. No somos proactivos. Dejamos que la injusticia social y la decadencia política con una mediocridad insultante tomen medidas. El postureo y la ideología extrema, con nuestra permisividad nos ha sumido en un camino erróneo. La falta de acciones sobre sostenibilidad, el cambio climático y las políticas con su culto al mercado y becerro de oro nos lleva a la catástrofe planetaria. El negocio de las armas nos ha creado la falsa percepción de que necesitamos rearmarnos. Esta falsedad nos limita la inversión en educación, investigación y sanidad.