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Hubo un tiempo, el de la llamada Universiada, en que la ciudad se llenó de esculturas como si fuera un campo de margaritas. La Isla entera llevaba unos años dando ejemplo de colocar piezas de un engranaje que luego supimos obedecía no a criterios de amor al arte sino a la pela. Cuando pase el tiempo, y la tierra se reseque, se podrá montar un parque arqueológico con los restos del parque escultórico de Palma y de Mallorca. No hay rotonda que no tenga su rotunda escultura. No hay objeto que no tenga detrás una trama novelesca.

Voy a mantener el apelativo escultura aunque a la mayoría de esta suma de hierros, aceros, hormigones y otros materiales les cuadraría mejor otros apelativos. Hay verdaderas piltrafas, auténticos mamotretos, pasmarotes de carnaval. En el guirigay de un gallo colocado en una rotonda que te lleva a Pollença no podemos llamarla igual que a los Steps de Anthony Caro que están junto al Baluard. ¿O sí? No me equivocaría si ganara la partida los que eligen al kikiriki frente a la obra del escultor norteamericano. Desde aquellos finales de los noventa, donde floreció este parque escultórico a la actualidad, de nuevo con una inyección de dinero nuestro para adecentar a las pobres obras de arte. Si se escribiera la suerte que han corrido muchas de ellas tendríamos una novela escultural a lo Agatha Christie, con mucha desaparición y mucho descoloque con las piezas, sin olvidar que un conductor embistió y mutiló la mano de Lorenzo Quinn. No murió en el acto pero la mano desapareció. Muchas de ellas han sido mutiladas, afrentadas, les han hurtado su nombre, han aparecido en solares del extrarradio. Con todo, Madrid nos lleva la delantera. No se pone por poco. Una escultura de Richard Serra de 38 toneladas ha desaparecido. Juan Tallón borda el relato en Obra maestra. Ahora desde el Ayuntamiento se destina un dinero para un plan de urgencia de limpieza y restauración de algunas de las esculturas. ¿Cuántas veces no habremos leído la misma noticia?

Hace muchos años visité el Chillida Leku guiada por el arquitecto y amigo del escultor vasco Joaquín Montero. Me habló de la importancia que para Chillida tenía el cómo se colocaban sus esculturas, a sabiendas que entablan un diálogo con su ubicación. No es una concesión poética que lugar de encuentro diera nombre a series de esculturas de Chillida, una de ellos por cierto en Palma y que también sufrió los estragos de quien no aprecia la belleza de las piedras. Pasear por el Chillida Leku es adentrarse en una tierra de forja que dio origen al escultor vasco, donde cada una de sus obras está ubicada con certero criterio.

Mucho hemos de aprender en esta tierra. No basta con colocar esculturas al azar, hay que atinar con lo que se compra, qué lugar la aguarda en el espacio público y, desde luego, un plan serio y riguroso de mantenimiento. Si no es así, me declaro amiga del vacío, de los lugares poco intervenidos, porque si ya pasear por Palma es una pedrada a la vista con tanta franquicia, no quisiera estrellarme contra un no lugar de encuentro.