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Todavía hay seres humanos en el mundo que me preguntan si hay gol de oro en las prórrogas. Son de admirar. Son mis ídolos. Les envidio porque van por la vida con la ilusión de que existe el gol de oro, que era una de las pocas cosas modernas que me gustaban del fútbol moderno. Me motivaba el gol de oro, lo que pasa es que cuando entendí dónde y cómo se aplicaba lo retiraron de la circulación, pero un buen puñado de personas se quedaron con eso del gol de oro. Y ahí siguen. Preguntándose si en la prórroga el que marca gana. No seré yo quien les quite la ilusión. Personalmente recuerdo cuándo sufrí mi primera decepción existencial. Fue siendo niño. Era iluso y pensaba que tenía la vida más o menos bajo control cuando descubrí que ‘Un, dos, tres,' era grabado y que los concursantes ya sabían si habían ganado o no el apartamento en Torrevieja mientras yo estaba de los nervios el viernes por la noche. Los más veteranos sabrán qué es el ‘Un, dos, tres', los más jóvenes que lo busquen en internet. No tengo espacio en este artículo para resumir de qué iba. Me sentí engañado al conocer la verdad del programa. Hay cosas que te marcan y te dejan con cara de tonto. Por ejemplo, resulta que un puñado de tipos mayoritariamente alemanes disfrazados del abuelo de Heidi pueden viajar a Mallorca a emborracharse por veinte euros el billete de avión mientras que los mallorquines tenemos que pedir una hipoteca para ir a Sevilla a ver la final de nuestro equipo. Esto no es un engaño, es un robo a mano armada. Igual para sacar un buen precio hay que viajar disfrazados del abuelo de Heidi prometiendo ponernos como cubas en la calle Betis.