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La vida civilizada, y hasta la vida en sí, sería imposible sin el número suficiente de estantes donde poner las cosas, completando así la labor de los cajones, armarios y baúles, que tanto nos ayudan a mantener cierta sensación de orden y cordura. Sin estantes, el mundo sería un caos, no habría forma de encontrar nada, todos los objetos, necesarios o decorativos, se echarían a perder en un desorden cuántico meramente probabilístico, y caminaríamos en nuestras casas pisoteando enseres, vituallas, herramientas, ropa de cama y toda clase de tonterías imprescindibles. Ni siquiera se podría trabajar porque una oficina sin estantes, físicos o virtuales es peor que una sin mesas ni sillas, y sin algo que la sostenga y organice, la propia realidad se desmorona. No se sostiene. La civilización exige miles de kilómetros cúbicos de estanterías que multipliquen el espacio y el tiempo, a la vez que los meten en cintura. Ah, qué asombroso concepto, el estante. ¡Y la repisa, ese estante intelectual y solitario en el que apoyarse uno mismo con gesto displicente! Ni siquiera John Wayne podría actuar en una peli donde no hubiese repisas (la de una chimenea, por ejemplo) donde poner el antebrazo y verlas venir, su gran truco interpretativo.

A menudo, cosas muy comunes y abundantes que pasan desapercibidas son absolutamente esenciales. Existen porque hace milenios alguien notó de pronto su falta, y las inventó sobre la marcha sin darles ninguna importancia. ¿Dónde pongo esto?, debió preguntarse un sabio primitivo. Y enseguida la falta de estantes se hizo insoportable, y empezaron a fabricarlos en abundancia. De madera, de piedra, de metal, de barro, de lo que fuese. Que según los colocaban se iban llenando de cosas, engendraban milagrosamente más objetos para poner en los estantes. Armas, libros, ropa, zapatos, vajilla, adornos, medicinas, botellas, floreros… Casi todo cuanto poseemos, y por supuesto la cultura, es fruto del hallazgo del estante, y hoy existen inmensas naves con infinitas filas de estantes en los que se almacena todo. Por no hablar de las bibliotecas y centros comerciales, esa apoteosis del estante. Sí, parece fácil, pero había que inventarlos. Los estantes.