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Francina Armengol se ha metido en el ojo del huracán al haber aceptado irse a los Madriles, en teoría a hacer política de altos vuelos, pero en la práctica a verse convertida en una víctima propiciatoria, digna de una fiesta nocturna de la tribu de King Kong.

Porque allí, en en las riberas del Manzanares, impera la ley de la selva. Allí, en política, no más la ley que la del salvaje Oeste: el poder por el poder al precio que sea. Francina cata ahora las feroces lacras de la maldición centralista. Los peores males que desde siempre han aquejado al autogobierno balear provienen de Madrid, y de su aparente variada gama de colores ideológicos, pero siempre sujetos al ineluctable ‘mando y ordeno'. Le endosaron las mascarillas cuando estaba desesperada por la pandemia y dispuesta a agarrarse a un clavo ardiendo para paliar la situación. El aislamiento isleño se hizo terrible en aquella negra coyuntura. Ahora, la presidenta Marga Prohens se frota las manos por la ofensiva urdida en la calle Génova contra Francina.

Convendría que reflexionase. ¿Acaso no sabe que el padre fundador de su partido, Gabriel Cañellas, fue fulminado por José María Aznar en la calle Génova diciéndole: ‘Gabriel, te ceso por el bien de España. No consentiré que seas una piedra en mi camino'. Hasta poco tiempo antes, le había estado pidiendo apoyos contantes y sonantes. Que tome nota de ello Prohens. En política, recordar es sobrevivir.

Madrid es tierra de asonadas, de pronunciamientos, de empecinados que se mantienen en el cargo cuando su mandato ha caducado. La capital concibe la periferia como un territorio pseudocolonial a muñir, con baratijas si es posible.

Las ofensas capitalinas llegan a Balears de la derecha y de la izquierda: mercadeo de mascarillas, persecución de la lengua propia estatutaria, se creen que la Cibeles es la dueña del percal periférico y tratan a sus lejanos súbditos como parias. La tribu de King Kong no tiene ni freno ni autocontrol.