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Que la Semana Santa ya no es lo que era no requiere demostración. Lo notan hasta los niños pequeños, que ni saben qué es, ni mucho menos lo que fue. Algo que ni se parece a esto que ahora celebramos. No es ni la sombra; ni la sombra de un crucificado, exactamente. ¿Y por qué? ¿Por falta de devoción? ¿Por falta de dinero? ¿Por cansancio escénico? ¿Por déficit de actitud y convicción? ¿Por exceso de turismo? ¿O quizá porque, total, nada es lo que era, y nosotros tampoco? Bueno, de todo un poco. Y también porque la Iglesia no manda tanto. La gente de hoy en día no tiene ni idea de lo que puede llegar a mandar nuestra Iglesia cuando manda de verdad. No sólo en los asuntos religiosos, sino en todo. En la cultura, las costumbres, las relaciones personales, la comida y bebida, la ropa, los espectáculos, los horarios, las leyes, las fiestas, el trabajo… En todo, de la salida a la puesta del sol, noches incluidas. La fe era un fluido casi sólido, irrespirable, que se podía cortar con un cuchillo de pescado y se expandía en forma de procesiones y tamborradas, alterando el contenido de los periódicos, las ideas de la gente, la programación de televisión y la oferta cinematográfica en los cines. Una fe de armas tomar, muy sombría. A estos misterios de pasión se añadieron más tarde los del turismo atraído por nuestro sagrado pintoresquismo, y el inicio de temporada, así como la celebración pascual de la primavera, que en otro misterio de gozo, relajaba el ceño de los hoteleros. Pero ahora la temporada turística dura todo el año, y como siempre es primavera por defecto, salvo que sea verano, la emblemática Semana Santa ha perdido mucha sustancia. Los costaleros siguen aguantando todo los que les pongas encima, y nuestras vírgenes dolorosas (de la Amargura, de las Angustias), aún lloran lágrimas de hiel petrificadas, pero a los penitentes se les nota un no sé qué, una especie de tedio interpretativo, un cierto escaqueo. En fin, que nadie tiene ganas de hacer más penitencia, y la audiencia se resiente. El mero hecho de hablar de audiencia tratándose de Semana Santa, ya evidencia que no es lo que era. Ni mucho menos. ¿Y es mejor así? ¿Es peor? Ah, eso sólo Dios lo sabe.