Todo lo que necesitas es amor, o bien, todo cuanto necesitas es magia. La magia no es imposible, se llama, simplemente, tecnología. Antes, el jefe de una oficina llamaba a su secretaria cuando quería dictar una carta, ella la tomaba por taquigrafía, luego la escribía a máquina, se la leía al jefe para corregirla, después ponía la dirección en un sobre, pegaba un sello, lo llevaba al correo, allí los funcionarios la encaminaban a su destino, el transporte se encargaba de transportarla, el cartero de entregarla y la secretaria del receptor de leerla, clasificarla y pasarla al destinatario. Transcurrieron años antes de que la carta pudiera ser enviada y recibida instantáneamente mediante fax. Magia.
La tecnología avanzó, más magia, y hoy la secretaria o el propio jefe pueden comunicarse directamente con otro jefe por email. Incluso pueden usar programas de traducción para obviar el problema de las lenguas diferentes. Antes una carta tardaba quince días en cruzar el Atlántico, y enviar un original sobre papel resultaba carísimo. Hoy se puede mandar en cuestión de segundos mediante un documento de Word. Cuando García Márquez envió el manuscrito de Cien años de soledad a la Argentina no tenía suficiente dinero para pagar el voluminoso paquete y tuvo que mandar la mitad. Se equivocó y mandó la segunda mitad en lugar de la primera. Pero la novela tenía suficiente magia como para ser aceptada y convertirse en un grandísimo éxito.
Hubo un tiempo en que yo mismo escribía en diferentes periódicos nacionales. Necesitaba dinero para pagar una hipoteca colosal con unos intereses colosales. Mandaba los artículos por correo, cartas a Barcelona, a Madrid, a Palma de Mallorca... Las que tardaban más era las de Palma. Fue entonces cuando pensé que daban la vuelta por el otro lado del mundo. Los artículos de actualidad quedaban completamente fuera de mis posibilidades. Por eso, cuando me concedían una columna diaria, tenía que dictarlos mi mujer por teléfono. Imaginen: «Todo lo que necesitas es amor coma o bien coma puntos suspensivos». Resultado: menos magia. Ahora todo esto nos mueve a risa.
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