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Dice ahora Pedro Sánchez que a las cosas hay que llamarlas por su nombre y por eso, ahora –vísperas de elecciones en el País Vasco– señala que ETA ha sido una organización terrorista, no una organización armada como dice el candidato de Bildu. El balance del dolor causado por la banda terrorista es desgarrador: 853 asesinatos, 500 atentados, más de siete mil víctimas con heridas y secuelas diversas y cerca de trescientos mil vascos que se vieron forzados a abandonar el País Vasco. Circunstancia esta que, al modificar el censo, en los sucesivos procesos electorales fue favoreciendo al PNV o las organizaciones políticas del entorno de ETA, porque sus votantes y simpatizantes no tuvieron que abandonar Euskadi por no sentirse amenazados.
Este es, sumariamente, el trágico balance de un proyecto que envuelto en la bandera del nacionalismo recurrió al crimen como instrumento para allegar fines políticos. Sus víctimas fueron guardias civiles, policías, militares, políticos, empresarios, magistrados o periodistas. Esta ominosa memoria que desde hace unos años se ha querido ocultar con la manifiesta complicidad de algunos medios de comunicación difusores del mantra del paso de página sobre los crímenes del terrorismo etarra era bien conocida por Sánchez y los dirigentes del PSOE actual que en un ejercicio de cinismo hacen como qué repentinamente han recuperado la memoria. Ahora recuerdan que ETA era una banda terrorista y critican que no lo reconozcan los dirigentes de EH Bildu, el partido con el que llevan toda la legislatura pactando en el Congreso a pesar de que nunca han condenado la violencia. El Pedro Sánchez amnésico de ayer y su repentina y cínica lucidez de hoy ofrece un prueba, una más, de su inquietante falta de ética.