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Me pregunta a bote pronto desde Estocolmo mi amigo Nathan Shachar, prestigioso periodista sueco, por la inesperada voltereta político-emocional del presidente del Gobierno español. Las palabras me salen de corrido: irresponsabilidad, inconsistencia, inmadurez, narcisismo... Mi impresión es que el presidente Pedro Sánchez se ha puesto una soga al cuello.

Lo digo porque la maniobra plebiscitaria que ha puesto en marcha sólo puede acabar de dos maneras y las dos son malas: Una, la renuncia aconsejada por haber descubierto que no le compensa el alto honor de seguir trabajando por «el avance económico, la justicia social y la regeneración democrática». Si hace el mutis, al descubrir que no vale la pena seguir batiéndose el cobre con la «coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que no aceptan el veredicto de las runas», será un perfecto irresponsable por crear un inesperado factor de inestabilidad e incumplir el mandato recibido en las urnas con todas las de la ley solo porque a su querida esposa la están investigando en sede judicial.

La alternativa a todo ello es peor. Si decide seguir (con cuestión de confianza o sin ella por medio), cargará con el sambenito de haber tomado a los españoles como rehenes de una maniobra política. A partir de entonces se convertirá en un lugar común acusarle de haber jugado de farol.
El desenlace está anunciado en su ‘Carta a la ciudadanía' a través de las redes sociales (su partido, su Gobierno, el Parlamento, quedan a verlas venir) para el próximo lunes, tras los ejercicios espirituales del matrimonio, que ha decidido tomarse hasta cuatro días en el rincón de pensar.