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El penúltimo golpe de efecto de Pedro Sánchez mantiene a medio país con la miel en los labios por la expectativa de que pudiera dejar su cargo, si por una vez es sincero y sus supuestas dudas no son otra artimaña, y a buena parte de la otra mitad sumida en la angustia que provoca el temor a perder sueldos y privilegios.

Si bien es cierto que la solemne carta «a la ciudadanía» no se ha tomado muy en serio, a tenor de la reacción de las redes sociales. Apenas dos horas después de la publicación del escrito del sufriente «hombre enamorado» circulaba masivamente una versión musical melódica generada por inteligencia artificial, convirtiéndose la misiva en carne de meme, lo cual permite formarse una idea bastante aproximada de lo poco en serio que se toma «la ciudadanía» las cavilaciones presidenciales. La causa del desasosiego de Sánchez es, dice, el barro que se vierte sobre las actividades de su pareja, Begoña Gómez. Tal que se hubiera caído del guindo nuestro presidente. La política lleva tiempo remolcándose en el lodo, aunque ahora se ha incrementado hasta extremos indigeribles. Durante la Transición, Adolfo Suárez fue objeto de una inmisericorde campaña, esa sí, de acoso y derribo por parte del PSOE que probablemente hoy no aguantaría ningún dirigente. Eran los años en que al socialismo se le echaban en cara el ‘caso Filesa' y otras historias de dineros oscuros. La mecánica sigue siendo igualmente envilecedora. A los detalles del ‘caso Koldo' –presunto cobro de comisiones por la compra de mascarillas durante la pandemia–, el sanchismo convierte en casus belli contra Ayuso los problemas fiscales de un ciudadano que seguiría siendo anónimo de no ser por su relación sentimental con la presidenta de Madrid. Ahí sí la familia cuenta.

En Balears, cuando la izquierda quiere sacar los colores al Govern a costa del agroturismo de su ya ex director general de Transparencia (el Govern debería haber recabado toda la información antes de defender como lo hizo a su alto cargo), el PP recupera la noche de copas de Francina Armengol en el Hat Bar y la «complicidad (de la izquierda) con la explotación sexual de menores». No hace tanto que la presidenta del Govern, Marga Prohens, tuvo que mostrar públicamente los extractos de sus cuentas bancarias para desmentir una denuncia anónima falsa de enriquecimiento ilícito. Nadie puede hacerse el ofendidito. Cieno hay para todos. De hecho, es llamativo que tanto la presidenta balear como Pedro Sánchez hayan coincidido en criticar el uso de la estrategia del barro por parte de sus partidos oponentes. Con Vargas: ¿Cuándo se jodió el Perú? Quizá aquella tarde (1 de octubre de 2016) que Pedro Sánchez intentó manipular la urna detrás de una cortina para evitar que su partido le echara por pretender el pacto con radicales e independentistas, objetivo luego cumplido y a partir del cual el presidente dubitativo ha levantado el muro que divide a los ciudadanos según su querencia política: los buenos, conmigo; el resto, derecha y ultraderecha, fachas. Malos. Y todos en ascuas hasta mañana.

Con la explicación pública de las relaciones empresariales y/o económicas de Begoña Gómez, Pedro Sánchez se habría evitado comportarse como lo críos en el patio de recreo, cuando vienen mal dadas: ja no te faig amic!