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Cinco días de reflexión para decidir si continúa al frente del Gobierno me han parecido pocos días. Quizás Pedro Sánchez se tenía que haber tomado un par de semanas o de meses. Lo digo porque la decisión es muy importante y a lo largo de estos días habrá recibido todo tipo de mensajes, apoyos, ánimos, propuestas, abrazos y palmaditas en la espalda. Reacciones, todas, que habrán obstaculizado la intención de retirarse a reflexionar como hacían los antiguos eremitas del desierto. Por esta razón, considero que los cinco días son pocos para una decisión de tal calado. A no ser, claro está, que la decisión estuviera tomada de antemano. A no ser, claro está, que el objetivo del retiro no fuese la retirada. A no ser, claro está, que cinco días hayan sido un medio para obtener otros fines que desconocemos. En estos cinco días, compañeros periodistas y tertulianos han comparado este momento con el de la dimisión de Adolfo Suárez en 1981. En mi opinión, poco o nada tiene que ver aquella dimisión con la anunciada ahora. La principal diferencia está en que Suárez no anunció que se retiraba a pensar si merecía la pena seguir en el cargo. Tal vez porque Suárez no esperaba que nadie condicionase su decisión. Esta es la principal diferencia.

Quizás sea falta de experiencia, pero cuando uno se retira a reflexionar para tomar una decisión personal, no debe anunciarlo a todo el mundo para evitar que una parte de ese mundo intervenga en la decisión. Las decisiones sinceras se toman en silencio, de forma reflexiva y sin esperar los aplausos, apoyos y ánimos de nadie. A Suárez no le hubiesen dejado dimitir ni los que se consideraban suyos ni los que no lo eran. Prueba de ello fue el intento de golpe de estado que tuvo lugar un mes después. Cuánta razón tenía Cicerón cuando decía que la historia es maestra de la vida.