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Hoy me perderé un acto literario de excepcional importancia: la presentación en Palma de la biografía de Josep Pla escrita por Xavier Ídem. No podría acudir a la librería Quars por mucho que quisiera, lo impedirían los drásticos cortes circulatorios impuestos al sufrido contribuyente mallorquín en aras de la celebración de un evento multideportivo. Tampoco el día sábado me parece el más adecuado para una presentación, y eso seguro que Pla lo habría entendido porque una de sus amantes era judía.

Un cor furtiu, subtitulado ‘Vida de Josep Pla', es un libro de peso; tanto por su grosor –más de 1.500 páginas– como por su categoría. Se trata, sin duda de la biografía definitiva del gran escritor ampurdanés –el mejor en lengua catalana desde Ramon Llull, y sé lo que me digo– escrita por alguien que le conoció muy bien y que actualmente dirige la Càtedra Josep Pla de Literatura i Periodisme de la Universidad de Girona. Me dicen, además, que Xavier es un gran orador, cualidad que no se encuentra con frecuencia en las presentaciones de libros.

Adquirí un ejemplar del libro en cuestión a Glòria Fortesa-Rei nada más llegar la obra a Mallorca y me sumergí de inmediato en su lectura, con amplio goce intelectual y algunas agujetas en mis extremidades superiores. El volumen arriba, además, en un momento algo especial, en favorable coyuntura, diría yo. Porque a Pla se le hace ahora mucho caso, cuarenta años largos después de su desaparición, pero en vida el mundo intelectual le puteó a placer, tanto como quiso y pudo. ¿El motivo? Escribía en catalán como los propios ángeles pero no era de izquierdas sino un liberal pragmático y posibilista. El hijo de Tonet Pla –propietario rural– nunca agarró una bandera o una pancarta para defender la lengua que tanto quería pero la dignificó sobremanera; durante los años más oscuros del franquismo trabajó incansablemente en favor de la entonces arrasada literatura en catalán. Negociaba discretamente con los jerarcas culturales del franquismo mientras en sus conversaciones íntimas o en sus cartas les ponía a caldo No creía en la agitación lingüística, pero tanto le daba calificar al director general de Prensa de la dictadura de «simple transportador de orinales de la familia Franco» como escribir de los intelectuales republicanos exiliados que «no han acertado a dirigir un solo mensaje certero». Cierro los ojos y no le veo en la Plaça Major sino trabajando. Fillets