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Antonio Laje, el periodista de la televisión argentina, le pregunta: «¿Qué piensa de los que lo critican afirmando que usted hizo un viaje a España en avión oficial por razones personales?». Javier Milei contesta que sus detractores son «liliputienses que no están acostumbrados a ver a una persona que es uno de los cinco líderes más importantes del mundo». Inmediatamente se corrigió y matizó: «uno de los dos líderes más importantes». Y remató: «¿Usted se va a poner a discutir con una cucaracha?».

En ese momento aún no se sabía que Time había dedicado su portada a ‘El Radical. Cómo Javier Milei está sorprendiendo al mundo’. Nada menos que al mundo. Ay, Sánchez, todos tenemos mucho que aprender de Argentina. No hay truco político que ellos no hayan inventado. Nos llevan años de ventaja. Por algo Argentina está absolutamente en la ruina. Absolutamente.

Milei apenas lleva seis meses gobernando. Aún no aprobó ni una ley y su gestión de la crisis que heredó, probablemente la peor y más enrevesada del mundo, sigue presentando muchas dudas, entre otras cosas porque los incontables problemas de fondo que tiene el país ni siquiera los ha tocado y no parece que vaya a hacerlo. No tiene diputados, por ejemplo. Y no sabe negociar. Habla, pero poco más. Es posible que Argentina necesite una década para salir de este agujero. E incluso puede que no le baste porque sus ciudadanos tienen una visión económica tan lejana de la normalidad que no será fácil su reconducción. Pero Milei, presa de una euforia irracional, se ha puesto por encima del bien y del mal y se presenta como si hubiera acabado con los desafíos y estuviera ahora preparándose para arreglar el mundo. Como si Argentina ya le quedara pequeña. Perón, Maradona, Messi y Bergoglio en uno.

El país tiene un 55 por ciento de pobres y un 18 de indigentes; el cincuenta por ciento de la economía opera en negro; sus salarios son los más bajos de Latinoamérica, exceptuada Haití; la corrupción es general y no sólo política, mientras sobran dedos de una mano para contar a los condenados por unos jueces que también son, colectivamente, impresentables. El clima tenso de la política española es un juego de niños ante aquella locura hiperbólica.

El análisis calmado de Argentina es imposible: todo es disparatado. Todo es una sucesión de slogans. Si Sánchez nos atiborra a barbaridades para desbordarnos, Argentina lo supera.

El miércoles de la semana pasada, Javier Milei llenó el Luna Park de Buenos Aires para presentar un libro libertario del cual es autor y a continuación dio un concierto rockero. De locos. Milei habló como siempre de economía, con su visión ultraliberal. Cuando criticó a Keynes, la marabunta se puso a cantar «¡Keynes ladrón!»; después aplaudieron a rabiar a Hayek, que debe de haber vendido dos libros en toda Sudamérica a lo largo de la historia. Sin embargo, lo más humillante fue que Milei hizo que todos sus ministros tuvieran que acudir a presenciar este espectáculo ridículo. Uno, Posse, no fue; ya está cesado. Al acabar, Milei dedicó algunas horas a comprobar cómo había ido el concierto en las redes. Lo contó él mismo. Lo importante es lo importante. El ministro de Economía se aseguró su futuro en el Luna Park: los fans le ahogaron en ‘likes’.

Mientras en una provincia del norte del país, durante semanas, todas las carreteras estaban bloqueadas por los empleados públicos que protestaban por sus bajos salarios, incluidos los bomberos, la policía, el personal de sanidad y educación, Milei interpretaba canciones de su juventud, con todas las cadenas de televisión trasmitiendo el circo en directo. En Argentina, tres días después, el episodio de la retirada de la embajadora española estaba olvidado porque el país ya está sumido en el desastre siguiente.

La crisis financiera de Argentina es la peor del mundo, si dejamos de lado a Cuba, Venezuela y Corea del Norte. Ucrania o Somalia, ambos en guerra, tienen un riesgo inferior al de Argentina. El nivel de intervencionismo del Gobierno era y sigue siendo tan espectacular que no hay nada comparable en Occidente.

En América hay incontables gobiernos de izquierdas, pero ni Mujica, ni Boric, ni Castillo, ni Lula, ni López Obrador, ni siquiera Evo abandonaron jamás la ortodoxia monetaria capitalista. Sólo Argentina ha destruido su economía gastando en base a la emisión de papel. En el mundo, también, hay muchos regímenes conservadores, pero ni Boris Johnson, ni Lacalle Pou, ni Peña, ni Meloni dicen que van a cerrar el banco emisor y acabar con las políticas sociales. De nuevo, Argentina es la única que hace el experimento con sus cobayas. O es que todos somos liliputienses.

Y ahora va a por el mundo.