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E l Govern ha puesto en marcha un proyecto de mesas de debate, que debe culminar con propuestas para encarar las dificultades que tiene nuestro modelo de crecimiento. La iniciativa es importante, y va a estar sujeta al esgrima intelectual de quienes van a integrar esas mesas: las contradicciones aparecerán –no existe unanimidad ni en partes del diagnóstico, ni en los mecanismos para hacer frente a los retos que tenemos–. Hay aspectos relevantes que no deberían descuidarse.

El primero de ellos es que, en cualquier encuentro de estas características, se ha de saber que no se parte de cero. Existe mucho trabajo realizado, riguroso, que ha emanado tanto de instancias académicas, como sindicales, de movimientos sociales, del mismo sector empresarial y, de manera esencial a mi juicio, del CES, con un texto en el que participaron más de 40 científicos y científicas de la UIB y de la prestigiosa Fundación Ramon Folch, con más de 10 campos del conocimiento. Con propuestas concretas. No se debería incurrir en un ‘adanismo' que quema el tiempo necesario para pasar a la fase propositiva, la más complicada.

El segundo factor es que la competitividad del destino turístico se relaciona directamente con la sostenibilidad. La investigación internacional sobre esto es sólida. Ritchie y Crouch (2003) identifican cinco aspectos clave de la competitividad de un destino turístico: el aumento del gasto turístico, la atracción de más turistas, brindar experiencias satisfactorias, operar de manera rentable y preservar los recursos naturales. Cronjé y du Plessis (2020) inciden en esto último: la sostenibilidad debería ser el eje básico, concretándola para que no quede en un simple enunciado vendible. O sea: la dimensión económica, la social y la medio-ambiental, interconectadas, son cruciales para la competitividad (como subrayan en un reciente trabajo Santos y colaboradores, 2022).

Un tercer elemento, determinante: la articulación de tres aspectos clave. Primero, la complejidad (tal como señalan Roxas y colaboradores, 2020), donde sus componentes son interdependientes e interactúan de manera no lineal. Estamos ante una economía balear que es, en efecto, compleja, en la que urgen intervenciones y participaciones técnicas, pero también políticas: en el sentido de escuchar a la sociedad civil organizada. Se hizo esto en el texto citado del CES; esperemos que se haga también ahora, tras la convocatoria del Govern. Segundo, la gestión de la transición, que va a tener costes que no pueden ser eludidos, y que afectan a la dependencia del camino trazado: lo recorrido condiciona el futuro. Tercero, esta combinación de trayectoria y los efectos que ha generado (saturación, masificación, impactos ecológicos, desazón social hacia el turismo) marcan el futuro de la economía regional hacia un camino (la persistencia en lo que se ha hecho) u otro (el cambio: la transición).

La pregunta pertinente: ¿Cuál es el futuro al que queremos llegar? Se trata de cambiar un modelo que se encamina a más de 20 millones de turistas al año. Y hacerlo sin teoricismos huecos: partiendo de lo existente, que no es poco. Un gran desafío.