Hace muchos, muchos años –¿o quizá no tantos?– recorría Mallorca de punta a punta, siempre acompañado de mi fiel Pep Vicenç, a la búsqueda de las mejores possessions. En aquellos tiempos felices –aunque muy estresantes, pues a veces nos vino de un pelo poder publicar el reportaje semanal–, frecuentábamos los parajes de la Serra de Tramuntana. Nunca dejé de extasiarme ante su belleza, especialmente cuando nos adentrábamos en zonas de difícil acceso, donde podías encontrar caserones centenarios abrazados por un anfiteatro de montañas, prados dulces cuajados de cerezos en flor o capillas desangeladas, con sus imágenes de ignotos santos que parecían desafiar el paso del tiempo desde sus hornacinas descoloridas. Una de mis comarcas preferidas era la que se extiende más allá de Esporles, hacia Banyalbufar y Estellencs, entonces sin motoristas alocados ni senderistas imbuidos del espíritu de los viejos exploradores.
Viejos enclaves, sabores nuevos
02/06/24 0:30
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