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En mitad de la campaña europea y por mucha insistencia de algunos candidatos en la importancia de esos comicios, que lo son, el paisanaje político se decanta por las posibilidades de desgaste del contrario que conlleva el debate sobre las consecuencias del turismo masivo en Balears y por la infamia mentirosa de la amnistía o el morbo creciente de los casos Begoña y Koldo, que apuntan a la línea de flotación del sanchismo.

Frente al malestar provocado por la densidad de turistas, caben reacciones diversas. Por piedad hay que obviar la tontería de la portavoz de Vox, Manuela Cañadas, demandando resignación a los mallorquines por no poder ir a sus playas en julio y agosto. En serio, las iniciativas institucionales: En el Consell, el presidente, Llorenç Galmés, lidera la reducción de plazas y contará con instrumentos para enfrentar con algunas garantías el alquiler turístico ilegal, una realidad incontestable y causa en buena medida del exceso de visitantes. Será preciso rearmar la capacidad inspectora de la Administración con el fin de erradicar actitudes como la de aquel inspector que se tomaba julio como asuntos propios y agosto de vacaciones. La eliminación de ilegalidades puede contribuir a incorporar cierta cordura a los precios del arriendo residencial respecto del que el tope impuesto, por las experiencias conocidas, se ha demostrado una medida equivocada: ha reducido el parque de viviendas y, como consecuencia, ha encarecido todavía más los precios. El Govern impulsa las mesas de trabajo que han de señalar caminos a seguir y el Ayuntamiento anuncia un paquete de decisiones contundentes: arrendamiento turístico, cruceros y coches de alquiler.

Enfrente, la izquierda y organizaciones afines que se enojan como si no hubiera mañana porque, atención, el PP ha cambiado de opinión. Y es cierto. Que sea en buena hora y su nuevo talante no se conforme con el titular y avance hacia el objetivo propuesto. Aportan los críticos que son providencias para garantizarse la paz social. Bien, ¿qué hay de malo? Mientras el PP cumpla con lo que ahora compromete, bienvenidos han de ser los resultados. Aunque la izquierda y adláteres se siente más cómoda en las manifestaciones, como la de hace una semana, de la que todavía resuenan los ecos: Mallorca no es ven! Alguien vende. Y no es el Espíritu Santo.

En la campaña nacional, Sánchez pretende erigirse en baluarte contra el ascenso de la extrema derecha, que le permitió salvar los muebles ¡y de qué manera! en los comicios generales de 2023. La apelación al miedo y la descalificación del PP, fango, fango, fango, como ejes de su campaña electoral europea. Por su parte, Vox, encantado de coadyuvar a los propósitos sanchistas y comerle terreno a los populares. No tiene desperdicio el cruce de romerías entre Abascal y Álvarez de Toledo; el primero pretende desacreditar la última convocatoria multitudinaria del PP contra la amnistía calificándola de romería; la diputada popular le replica que para romería la de Abascal, hasta Jerusalén (con Netanyahu). Es inevitable el convencimiento de que quienes irán a votar el domingo que viene, y los que no, están muy por encima de las estupideces.