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El estado favorito de la gente es el de expectación porque está comprobado que las expectativas que genera un acontecimiento son mucho más importantes que el acontecimiento en sí. De hecho, los especialistas en expectativas, sean economistas, psicólogos, políticos o guionistas de series, no se cansan de repetir que la expectación que genera el acontecimiento es ya el acontecimiento. De ahí que la industria de producir expectación y fomentar expectativas de todo tipo, supere en cifras a la petrolífera, y abarque todas las actividades humanas. La cosa puede ser ridícula, pero la expectativa de la cosa, que la RAE define como «esperanza de realizar o conseguir algo», siempre es decisiva y fundamental, razón por la que si alguien no tiene expectativas, es como si no tuviese nada. Está muy jodido, jodido de verdad. El periodismo, naturalmente, también recurre mucho a la expectación, ya que desde sus inicios es consciente de que la curiosidad del público (somos animales muy curiosos, como los gatos), más que informarse, lo que desea es mantenerse expectante, casi en vilo ante una tensa espera. ¿De noticias? No, de expectativas. Por ejemplo, a falta de espectáculos deportivos y en espera de los resultados electorales europeos, ahora hay una gran expectación por saber qué harán nuestros jueces y magistrados, que además de muy independientes parecen bastante enfadados, con la ley de amnistía definitivamente aprobada. No es nuestra intención defraudar expectativas, algo que ya va implícito en la expectación y suele ocurrir por sí sólo, pero supongo que basándose en el axioma de que la justicia es lenta, lo primero que harán es tiempo. Es decir, se tomarán su tiempo, que ya de suyo es muy diferente del tiempo común de los mortales. ¿Y rebajará eso la expectación? No, porque de mantenerla ya se encargarán tanto los partidarios y beneficiarios de la amnistía como sus enemigos acérrimos, que por si acaso ya han abierto nuevas expectativas del asunto. Que sea el acta de defunción del PSOE, por ejemplo, como adelantó Feijóo. Porque se puede vivir sin pena ni gloria, pero no sin expectativas. Hay gente tan pobre que no tiene otra cosa. La expectación no es un valor añadido, sino la mercancía por excelencia. Se renueva mecánicamente. La actualidad es mera expectación.