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No le ha hecho falta a Sánchez darle vueltas al magín para diseñar la estrategia de esta nueva campaña electoral. Como colosal diseñador del relato, ha vuelto a sacar el manual de resistencia de los buenos contra los malos, que tanto éxito le dio el 23-J, y con alguna estrenada incorporación a modo de consigna (fachoesfera, máquina de fango…) la está repitiendo. Se vuelve a erigir en el paladín de la virtud ideológica y en el martillo de herejes de una ultraderecha y derecha (meter en el mismo paquete al PP y Vox es la única novedad), que amenaza a España y a la Unión Europea.

Ha hecho aún más asfixiante el enfrentamiento entre españoles, lo que incluso le ha llevado a renunciar a promulgar leyes si era a costa del apoyo de la derecha. Significaría la aceptación del mal, dejaría de gobernar contra los malos.

Los que se sitúan al otro lado de la muralla que ha levantado son gente con ideas reaccionarias y fascistas. Entre tanto, él, que está en el bando de la libertad, la justicia y el progreso, aunque tenga que tomar medidas que no hubiera querido (la amnistía), habrán valido la pena si han servido para evitar que los malos gobiernen.

Esta coartada de Sánchez da lugar a que los hechos sean buenos o malos en función del bando en que te encuentres; el peso que decide la verdad está más en el estómago que en la cabeza, juegan más las emociones que otra cosa. A unos les parecerá que, por, ejemplo, Óscar Puente es un matón y un hortera impresentable y al del otro bando, por serlo, le parecerá un tipo ingenioso que defiende sus ideas con contundencia. La verdad se vuelve relativa en un clima irrespirable. La misma cosa será verdad o mentira en función de que quien la diga esté en nuestro bando o en el contrario. De esta manera maniquea, el estólido aventurero Sánchez sitúa en el lado bueno de la historia a la extrema izquierda, a los herederos de los terroristas, a los que se sublevaron contra la Constitución y están dispuestos a dividir España.

En este sentido, estamos más cerca del duelo a garrotazos de Goya, que representa la lucha fratricida entre españoles liberales y absolutistas, que del espíritu de la Transición, que nos permitió sacar adelante el país tras la Dictadura.