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Hace algún tiempo, mi televisor nada inteligente del siglo pasado, que ya tenía grandes problemas para conectarse a los flujos audiovisuales modernos y acceder a canales y plataformas, reventó de pronto, hasta aquí hemos llegado, y tras un definitivo fundido en negro, se apagó para siempre. Tuve que adquirir un televisor nuevo, al parecer inteligentísimo, pues ni siquiera fui capaz de ponerlo en marcha y eso que él me daba instrucciones. Incomprensibles, claro está. Así que contraté por horas a un técnico y lo dejé todo en sus manos. Tras varias visitas que incluyeron complejos cableados y tareas en mi habitación (donde tengo el portátil que me permite, refunfuñando, escribir estas líneas), la tele empezó a funcionar correctamente y no sólo pude ver los informativos, sino que el mando a distancia incluye teclas para acceder directamente a plataformas cinematográficas, Netflix y demás, sin necesidad de largas maniobras. Esto a ustedes les parecerá lo más normal, pero a mí me pareció asombroso. ¡Ver la tele como todo el mundo, a mi edad! El caso es que como no suelo fijarme en las pantallas, hasta la semana pasada no reparé en un cartel enigmático que aparece al encender el aparato, y sólo dura unos segundos. «Conectado mediante Ethernet», proclama. Lo primero que pensé es que el trasto pretendía pegar la hebra conmigo, esa fea costumbre de los artilugios inteligentes, pero enseguida me pregunté qué mierda es Ethernet. Me sonaba a internet, pero eterno, la eternidad de internet. La rebelión de las máquinas otra vez. Así que he buscado Ethernet en internet y, salvo que me mienta, es «un estándar de redes de área local para computadoras», a fin de conectar dispositivos. O sea, el cableado de toda la vida, que si en la quietud de la noche se retuerce, enreda y anuda, parece que ahora intenta entablar conversación con el usuario. Confianzudo, el puto cableado. Y la palabreja Ethernet, muy molona, no alude a la eternidad sino al éter, nombre que los físicos del siglo XIX daban a la inexistente sustancia que rellena los vacíos del cosmos. ¡El éter otra vez! Ah, los enigmas del cableado. La tele la veo mejor ahora, pero eso sí, con un enorme recelo.