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La verdad es que llegué a pensar que ya no regresaría nunca a República Dominicana. La pandemia frenó en seco nuestras habituales visitas a la tierra más bella del mundo. Bueno, quizá Cuba lo sea todavía más, pero la tiranía comunista sexagenaria y el consiguiente coñazo acerca de «la situación» han convertido el país en un desastre sin paliativos, capaz de arruinarle el viaje a cualquiera. La antigua Hispaniola es todo lo contrario. Persisten la desigualdad y la pobreza pero el país avanza. Y está, además, la alegría de los dominicanos, que se te contagia nada más aterrizar. Sobre todo si lo haces en el aeropuerto de Punta Cana.

Tengo en mis alforjas inolvidables experiencias dominicanas. Poseo excelentes amigos en la isla de cuando mi hijo fue embajador de España en aquella tierra; relaciones que no solo he conservado, sino que se han ido acrecentando con el paso –ay– de los años. Creí que ya no regresaría, digo, porque los viajes trasatlánticos se hacen especialmente duros al atisbar el portalón de los ochenta. Pero ha sido mi hijo, una vez más, el «detonante» y la excusa adecuada para cruzar el charco por enésima vez y extasiarme de nuevo ante la exuberancia y el verdor, el cimbrear de las palmeras bajo el viento y la cordialidad que, cómo un bálsamo reencontrado, se te impregna en la piel del alma.

¿Que cómo ha sido eso? Pues resulta que Jaume Segura presentó esta semana su último libro en Santo Domingo. En Evagrio (y yo), título de la obra, el autor mezcla ficción, biografía y autoficción. Como reza la contraportada del libro, «Evagrio existe y ha tenido varias vidas». Ahora mismo, aunque no os lo creáis, estoy escribiendo este artículo desde su casa, que es el único lugar donde me siento más a gusto que en la mía propia.

La presentación tuvo lugar en la Casa de Teatro de Fredy Ginebra, el gran amigo dominicano de mi hijo. Dado que estos días se celebraba en Santo Domingo una conferencia de embajadores de la Unión Europea, el acto congregó nada menos que a una quincena de diplomáticos. Fue muy interesante poder charlar con ellos, recoger opiniones de personas tan solventes a las puertas de las elecciones comunitarias. Mi santa y yo nos sentimos muy a gusto en un evento que combinó sabiamente la música, la literatura y la fiesta tropical. La noche caía como una alfombra espesa sobre las viejas calles de la ciudad colonial. Me sentí el feliz padre de un escritor que va a dar mucho que hablar.