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Como Jennifer López: tú me has dado tanto que he estado pensando, ya lo tengo todo; pero, ¿y el anillo pa’ cuando? así debe ir canturreando Carles Puigdemont, con Pedro Sánchez in mente, a la espera de poder vislumbrar algunas claves de su futuro, en primer lugar la más que dudosa efectividad de la vergonzante ley de su amnistía, con la constitución de la Mesa del Parlament de Catalunya que ha de mostrar la tendencia de futuros pactos que determinen la vigencia o el final del sanchismo.

Aunque también puede suceder que mañana no suceda nada. Los aliados de Sánchez, independentistas y toda la ultraizquierda, temen sobremanera que un exceso de exigencias pudiera obligarle a convocar elecciones generales quze fueran a ser el final del momio que tan provechoso les resulta. En cualquier caso, al cierre de las urnas europeas, esta noche llega a su fin el extenso ciclo electoral iniciado en Galicia. Mañana empieza todo.

Qué elecciones más raras a la vista del desarrollo de la campaña. Es cierto que la convocatoria europea difícilmente entusiasma a los electores, por más que algunos candidatos insistan periódicamente en la importancia de las instituciones supranacionales para el día a día de cada ciudadano, dado el volumen de las competencias cedidas por los estados a la Unión. Pero esta campaña ha superado todos los cálculos. Los berridos han ganado ampliamente a las propuestas y las polémicas domésticas se han enseñoreado del debate público nacional en un calco sin variaciones de las elecciones generales de hace menos de un año. Si acaso las novedades más notables las han incorporado Begoña Gómez y Koldo García, casos que no hay que descartar que vayan a confluir en algún momento de sus respectivas tramitaciones. Desde la Moncloa se han activado cortafuegos de lo más variado, Milei, Palestina, la actitud de Feijóo respecto de Junts y el recurso a la moción de censura.

La esposa del presidente del Gobierno está investigada judicialmente por corrupción en negocios privados y tráfico de influencias. Hechos. Por los que sonroja, vergüenza ajena, escuchar el nombre de ¡Begoña, Begoña! coreado con entusiasmo por los asistentes a los actos de campaña de Pedro Sánchez, enlazadas sus manos con las de su pareja en una imagen enternecedora. Que esta y no otra es la sensación que Sánchez ha querido transmitir. En Málaga, en uno de esos actos públicos, el presidente reivindicaba a la exministra Magdalena Álvarez, condenada por prevaricación continuada en el escándalo de los ERE, sentencia confirmada por el Tribunal Supremo en 2022. Para el sanchismo, Álvarez, en pie en primera fila saludando al respetable, había sido destinataria de «un vil ataque de la derecha y la ultraderecha».

Para Francina Armengol, en modo extrema izquierda, «esta gente (los mismos descalificados por su jefe) es muy peligrosa y no puede gobernar Europa, hemos tenido el fascismo en España 40 años y lo tenemos que parar». En el mismo encuentro, en Inca, la candidata del sanchismo, la ex ministra Teresa Ribera, quizá no pensó demasiado lo que decía: quieren «una Europa gris y violenta que levanta muros». En este país, el único que se dedica a construir muros, ocupación explicitada en su investidura presidencial, es su número uno. Y Puigdemont sin anillo.