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El actual gobierno de centro derecha de Palma comienza a parecerse al anterior de alianza de partidos de izquierda en la obstinación por los anuncios que permitan hacer buenos titulares. Y en manejar tantos por ciento de cumplimiento de compromisos electorales que suenan a injustificada autosatisfacción.

Mientras en el debate sobre la ciudad de esta pasada semana el alcalde, Jaime Martínez, cifraba en un 25 % el número de compromisos electorales realizados, y otro 50 % en camino, una señora de mediana edad era arrollada, afortunadamente sin mayores consecuencias que el susto, por un ciclista desaforado en el carril exclusivo de la calle Blanquerna; la excesiva velocidad del Induráin vocacional impidió a la peatón apartarse a tiempo. Sin duda, es un tema menor ante carencias más urgentes, que las hay –falta de vivienda, congestión del tráfico, consecuencias de la saturación turística, entre otras–, pero precisamente por tratarse de una cuestión de enjundia limitada Blanquerna ya debería ser una vía monopolizada por los transeúntes después de un año de gestión de la actual mayoría.

Joan Fageda, alcalde de Palma durante doce años (1991–2003) no se cansaba de repetir a quien quisiera escucharlo que la primera prioridad del ayuntamiento no siempre es un gran proyecto o aquella realización que aguanta el paso del tiempo y hace historia, que también, sino actuaciones sobre el papel más modestas –calles limpias y bien iluminadas, asfaltados sin baches y en condiciones y buen funcionamiento de los servicios básicos-, pero que proporcionan satisfacción inmediata a los ciudadanos. A José Hila, el exalcalde del PSOE, hoy premiado incomprensiblemente con un sustancioso puesto en el Senado, de nada le sirvió electoralmente mandato y medio de propaganda frente a la realidad de una ciudad cuya primera percepción era la dejadez.

Durante las sesiones extraordinarias del Consistorio palmesano se han escuchado anuncios importantes: la posibilidad de tramitar la construcción de 13.000 viviendas sin necesidad de esperar al final de la construcción de la segunda depuradora de la ciudad; pocos días antes el alcalde había cifrado en 1.200 viviendas las que puedan levantarse en solares residenciales y otros que desde hace treinta años tenían previsto acoger dotaciones deportivas o culturales que ya no se precisan; viviendas también en el solar que vaya a quedar tras el traslado del cuartel de la policía local en Sant Ferran; y buen número de resoluciones estupendas sobre transporte público, contención de la masificación, limpieza, más policías en los barrios, menos burocracia e incluso una paga para alquiler por emancipación; y una unidad de drones para control del incivismo y del tráfico. Todo a futuro. Hoy por hoy, lo único seguro es que el alcalde inaugurará la reforma de la plaza de España y el nuevo Passeig Marítim, aunque no sea el que los populares habrían hecho. ¿Y la plaza Mayor? Es inevitable pensar en las ocasiones que el antiguo edificio de Gesa, en la primera línea del mar, ha sido objeto de titulares provocados por el mismo gobierno municipal cuando al parecer la financiación de tan magna obra no está garantizada. Parafraseando a Joan Manuel Serrat, no deberían olvidarse aquellas pequeñas cosas que nos han de dejar un tiempo de rosas.