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A mí, la verdad, no me extraña nada que insistan en venir a Mallorca. Los turistas lo tienen todo. A las ofertas habituales, sol, playa, alcohol, sexo y atracciones de riesgo, suma la última modalidad: darte un baño de caos en el aeropuerto. La primera en toda la frente: tromba de agua, cascadas, pistas y terminales anegadas. Para los de salida, una despedida que ni el pobre de mí de los Sanfermines te concede. Somos únicos. Por eso vienen.

Es cierto que también puede suceder el efecto contrario. Disuadir a quien insiste en trasladarse a territorio saturado exprés tras ver las imágenes del aeródromo, el tercero con el mayor tráfico de pasajeros del Estado español. Porque hay mucho morrocotudo suelto que no se apea de su ‘Love Majorca’ ni con accidentes mortales, ni con colas en la facturación, ni retenciones en las carreteras ni siquiera les arredra ver las pistas de despegue de un aeropuerto, cuyas imágenes parecen sacadas de un cuento de García Márquez.

Así la temporada, a dos cuadras de la Nit de Sant Joan con sus deseos y velas en las playas, baños de mar en la franja del litoral de Palma de dudosa transparencia, me preparo para asumir el reciente anuncio del alcalde de la ciudad de permitir la construcción de 13.000 viviendas sin tener a punto la depuradora. Virtuoso malabarismo el del señor Martínez que matiza que los nuevos inquilinos no podrán entrar en sus casitas hasta que se ponga en marcha la llamada EDAR II en 2027 y la depuradora, ese artilugio necesario para que no nademos en la bahía de Palma envueltos en un mar de plásticos y otros excrementos.

No satisfechos con un debate del estado de la ciudad que nos deja circunspectos, nos lanza la siguiente llamarada: Cort permitirá que los negocios de restauración de la Llotja, Drassana y el Banc de s’Oli amplíe la superficie de sus terrazas. Aquí, a esto se le llama pacificar los ánimos de unos residentes que no pueden más con el ruido que genera la ocupación del espacio público, siempre en aras de favorecer el negocio privado de los restauradores y para «suavizar» los ánimos. A la espera de la resolución judicial en el litigio entre restauradores y vecinos por el exceso de ocupación de la vía pública para favorecer los negocios, desde Cort se justifica su sí a más sillas y mesas para evitar sanciones, en caso de que el juez dicte sentencia favorable a los restauradores. Como hizo en la demanda por los horarios.

El Fuenteovejuna de los de a pie contra la pérdida de su salud en aras del lucro del negocio de las terrazas tiene en la Llotja su ejemplo más sangrante. La Federació d’Associacions de Veïns reclama reunión de urgencia ante un nuevo atropello a los residentes. No se salvará Nuredduna. Ya supimos que peatonalizarla iba a suponer la ocupación con terrazas. Se ha estado manteniendo el equilibrio entre los paseantes y los negocios. Hasta ahora, porque también se ha anunciado que las terrazas van a darle un mordisco a los caminantes. ¡Cuánta glotonería!