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La primera verbena de la que guardo recuerdo fue una a la que finalmente no llegué a ir y que solo disfrutaron mis padres. Fue en el verano de 1973, en El Molinar. Aquel año, Tony Ronald actuó en las fiestas de la barriada, en lo que sin duda fue el gran acontecimiento musical de aquel estío en nuestra querida ciudad. Por aquellas fechas, el cantante de origen holandés estaba viviendo sus momentos de mayor popularidad, con temas como ¡Help, ayúdame! o Dejaré la llave en mi puerta. Yo era un fan incondicional suyo, pero entonces solo tenía nueve añitos y mis padres consideraron que era aún un poco demasiado pequeño para ir a ver a uno de mis ídolos. Aquel fue el primero de los dos únicos veranos que pasamos en El Molinar, en una vivienda antigua de la calle Romaguer, que en realidad no era un piso, sino la primera planta acondicionada de una añeja fábrica de algodón que había pertenecido a mi familia. Unos veinte años después, me instalé yo solo de manera permanente en esa finca algo destartalada, que acabaría siendo vendida al cabo de un tiempo, coincidiendo con el cambio de siglo. En aquella segunda etapa mía como vecino de El Molinar pude disfrutar al fin de sus verbenas, aunque entonces ya no estaba de moda contratar a grupos o cantantes nacionales o foráneos de renombre, sino sobre todo a reconocidas bandas locales, que solían interpretar grandes éxitos de los años sesenta y setenta. Fue en una de esas verbenas cuando, curiosamente, pude escuchar por vez primera en directo todas las grandes canciones del siempre añorado y querido Tony Ronald.