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Nos han saturado estos días con homenajes al desembarco estadounidense en Normandía de 1944. Curioso, porque no fue ahí, ni remotamente, donde se decidió la segunda guerra mundial, sino en la batalla de Stalingrado. La confusión resulta doblemente llamativa en cuanto buena parte de los presentes en los homenajes, destacados políticos europeos, son descendientes ideológicos del nazismo y del fascismo. Pero ésa es otra cuestión, vamos al tema.

Stalingrado tenía en 1942 seiscientos mil habitantes, y casi todos murieron en la batalla, más otros tantos soldados llegados de toda la URSS. Durante seis meses, la ciudad fue ocupada y casi destruida. Llegó a contar con sólo veinte mil defensores y sesenta tanques. Su increíble victoria in extremis cortó el acceso de Hitler a los campos de petróleo del Cáucaso, cuyo dominio le hubiera proporcionado una ventaja determinante. Ahí empezó la inexorable retirada alemana de todos los frentes hasta su derrota final.

Las cifras son elocuentes en su horror: en Stalingrado murieron más de un millón de soviéticos, y en toda la guerra fueron veinticuatro millones, frente a medio millón de estadounidenses y otros tantos británicos. El 93 % de todas las bajas alemanas tuvieron lugar en el frente ruso.

Que hoy se considere que la guerra se decidió en el desembarco de Normandía se debe exclusivamente a la interesada propaganda estadounidense/occidental/anticomunista, en gran medida made in Hollywood. Por ejemplo, tras la guerra el 57 % de los franceses consideraba que la URSS fue el país que consiguió la victoria y los liberó, y el 20 % que fue EE.UU.; en 2015 estos porcentajes se habían invertido, pasando a un 23% para la URSS y un 54% para los americanos, quienes en realidad desembarcaron, tarde y a desgana, cuando la guerra ya estaba decidida, y con la intención principal de disuadir el avance soviético en Europa. Pero si hoy no marchamos al paso de la oca –al menos de momento, visto el panorama–, se lo debemos, guste o no, a aquellos héroes de la Unión Soviética, que en inferioridad, casi sin suministros, enfermos y bajo el terrible invierno ruso vencieron al monstruo nazi en la más atroz, heroica y decisiva batalla de la historia humana.