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Ya no estoy tan convencido de que nuestra sociedad se haya polarizado como dicen los políticos. Ahora creo que nuestra sociedad se ha bovarizado. Repito el palabro: Bo-va-ri-za-do, que no es lo mismo que embobado, atolondrado, anestesiado o todos los -ados que se nos ocurran. El bovarismo general en el que me veo sumergido y nos vemos inmersos, tiene que ver con el síndrome de la apatía, el aburrimiento, el desánimo y el hartazgo que se describe en la novela romántica Madame Bovary que rememora los sentimientos insatisfechos de Emma Bonary que el escritor francés Gustave Flaubert describió en su obra a mediados del siglo XIX. Aunque identificada como realismo literario, la novela gala refleja una sociedad de contrastes en la que los ideales, las utopías y las ilusiones se dan de bruces con la monotonía, la decepción, el hastío y el cansancio de una realidad que se impone de manera irremediable.

En nuestro caso, nos hemos bovarizado poco a poco y sin darnos cuenta porque las expectativas políticas no se han cumplido, las promesas electorales no se han realizado y las esperanzas de mejora se han ido evaporando. La bovarización a la que nos han conducido nuestros amigos políticos, se traduce en un estado de insatisfacción general que es consecuencia de todas esas ilusiones que se vieron frustradas cuando las comparamos con las realidades alcanzadas.

El bovarismo realista de Flaubert primero dejó de ser un recurso literario, luego pasó a ser un trauma personal y finalmente se ha convertido en un fenómeno colectivo, social y mayoritario. Sin darnos cuenta, hemos pasado de la insatisfacción individual a la frustración general. Lo que sigue, lo desconocemos. Pero no tiene buena pinta. Tal vez ahora sí sea más fácil pasar de estar bovarizados a quedar embobados y atontados y atolondrados...