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Uno ve la detención de Carlos ‘El Yoyas’ y por el despliegue de las fuerzas de seguridad parece que se estuviera llevando a cabo una operación contra alguien similar a Bin Laden. Y no, es sencillamente un energúmeno cutre y casposo al que la sociedad española encumbró hace veinte años en aquel infumable serial que era Gran Hermano. Y fue aupado porque hizo gracia lo de las yoyas sin tener en cuenta que era esa palabra la que lo definía como un maltratador de manual.

Cualquiera que pudo verlo tanto en GH como en Crónicas Marcianas era consciente de que no era trigo limpio, que ese modo agresivo de hablar, repleto de coñas taberneras, respondía a un individuo que se cree en el derecho de marcar su territorio en la piel de las mujeres. Le salió bien la jugada en aquel momento; sacó mucha pasta de la telebasura y hasta hizo sus pinitos políticos, lo que demuestra que la política y la basura van unidas de la mano. ¿Cuántos tipos de esta calaña uno puede observar en el bar de abajo de casa acodado en la barra, bebiendo tintos y arreglando España entre exabruptos chusqueros mientras se orina encima?

El Yoyas se reduce a un listillo sin escrúpulos con alma de carroñero. Sin embargo, meter las manos en la mierda es algo que atrae a gran parte de nuestra sociedad, si no, ¿cómo es posible que un fulano así siga siendo noticia después de tanto tiempo? Presumiblemente porque seguimos formando parte de un mundo lleno de micro y macromachismos que todo lo soluciona con un ‘se veía venir’ cuando observa a un tipo ruin haciendo lo único que sabe hacer: ejercer violencia contra los más débiles, sus propios hijos. ‘Se veía venir’ cuando aterrizó en la caja tonta y se ha seguido viendo venir hasta ahora, pero nadie ha sido capaz de hacer algo porque era un famosillo que daba juego a las estúpidas tertulias de la tele.