En estos tiempos y en estos lares digitales han eclosionado un buen número de zagales que se granan a sí mismos mientras descubren sus notas de selectividad y las comparan con sus expectativas. No hay sorpresa: las notas se estrellan con la realidad. Mientras tanto, la muchachada llora y los padres o los amigos se ríen ante la cámara. No nos engañemos: hay algunos de estos vídeos que son pura actuación. Pero no hay que dejar de pensar en esa huella digital que acompañará de por vida a la moza con las notas catastróficas de selectividad.
Hay cosas que hace una década apenas nos planteábamos y ahora son sagradas, como es mantener la dignidad de nuestros niños. El programa Supernanny ha intentado volver a las pantallas pero ha sido retirado antes de tiempo. Pequeños tiranos y adolescentes en pleno ataque de furia eran carne de cañón para las cámaras. Un espectáculo pornográfico de lágrimas, insultos y rabietas que al espectador le alivia: no tengo hijos o, si los tengo, por lo menos no son tan terribles. Virgencita, que me quede como estoy. Pero todos, aunque tengamos hijos que son un angelito caído del cielo y una prueba irrefutable de que la humanidad va a mejor (entiéndase la ironía), hemos vivido rabietas y dramas. ¿Qué necesidad hay de convertir a su vástago en carne de video viral?
En otro nivel, en un artículo de un periódico de tirada nacional una familia presumía de sus seis niños, rubios y vestidos de color crema, mientras dan lecciones de economía doméstica: advierten que tener una familia numerosa es solo cuestión de organizarse. Otra exhibición obscena que ignora algo tan básico como las penurias de las clases medias y trabajadoras que no llegan a final de mes.
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El pitjor error és sobreprotegir. De ben petits han de saber que la vida és dura i injusta, si no després no entenen res i causa frustració