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De un tiempo a esta parte han proliferado mucho los concursos televisivos de preguntas y respuestas. Se pueden ver en casi todos los canales más importantes y se han convertido en un entretenimiento muy curioso. Sucede que existe un tipo de concursante que, ávido de ser preguntado, se prepara a conciencia como si tuviera que presentarse a unas oposiciones y, una vez lanzado, circula por diferentes platós en busca de algún bote millonario. Hay concursos de cultura general, de palabras y juegos de lenguaje e incluso otros en los que los opositores se estudian el diccionario de la RAE y, probablemente, varias enciclopedias (me imagino que digitales). Lo gracioso es que hay una serie de concursantes que van pasando de un concurso a otro y ya se han convertido en personajes públicos casi como de la familia. Algunos de ellos, que lo saben absolutamente todo y nunca fallan ninguna pregunta, hasta trabajan como expertos en otros concursos a los que se presentan personas bastante preparadas -o no tanto- en busca de un premio en metálico que les permita -en la mayoría de los casos- realizar el viaje de sus vidas. Hoy he querido dedicarles esta columna porque llevo un tiempo fijándome en ellos y no deja de sorprenderme esta necesidad de contestar preguntas. Disfrutan. Son felices respondiendo. Tanto da si la pregunta es muy difícil como si se trata de una anécdota simplona. Contra qué país ganó Australia 31-0. Qué parentesco une a dos actores de Hollywood apellidados Cusack. El tamaño de Castilla León comparado con el de Portugal. En qué fecha la perra ‘Laika’ viajó al espacio. Quién pintó Mona Lisa a los doce años. Etc. Hay quien tiene todas las respuestas. Y es feliz como una perdiz contestándolas en un santiamén. Yo no salgo de mi asombro, no tanto porque lo sepan todo, sino por lo que disfrutan siendo preguntados. Lo que hay que ver…