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Y, verbigracia, expulsados por su propia jerarquía. Una pena que desaparezca la esencia del convento de Montesión y un trozo de nuestra historia entero en aras de no se sabe qué tipo de intereses. Es evidente la descomposición de una sociedad que fue mallorquina y de la que ya solo sabemos de dónde viene porque Mallorca fue, en muchos períodos, un paraíso unicultural lleno de vida propia, de tradiciones y de su propia forma de ser y estar. Ahora resulta que a los últimos jesuitas los quieren exportar a la Península, por no hablar de esa manzana jesuítica palmesana (como la de Córdoba, Argentina) que tanto lustre urbanístico, cultural y sobre todo pedagógico ha dado a Mallorca. Recuerdo acompañar al padre Batllori, hacia 1987, a Montesión, o estar en la mesa de su salón de actos junto a Félix Pons Irazazábal que siempre admiró mucho al padre Batllori por motivos familiares y por la obra de temas mallorquines del jesuita catalán que, entre muchas cosas, era especialista en lo que ahora está volviendo a suceder: en la historia de los jesuitas expulsos del siglo XVIII que tuvieron que irse a Italia, porque tampoco podían estar en la América Española. Recuerdo también al padre Garau, muy querido por sus miles de alumnos: fue y sigue siendo otro baluarte de un colegio que tanta huella dejó en Mallorca. Nuestro arqueólogo más importante, mi apreciado Guillem Rosselló Bordoy, estudió en Montesión, por otra parte fueron muchos los jesuitas relevantes que dieron allí clases; por ejemplo, el padre José Zaragoza (1627-1679) amigo del cronista de Mallorca, y también científico, Vicente Mut. Recordar que Mut perteneció muy poco tiempo, desde 1629, a los jesuitas. Lo cierto es que las relaciones de Mut con la orden de San Ignacio debieron ser muy cordiales hasta el extremo que uno de los astrónomos internacionales importantes de la época, Riccioli, elogió en su Almanestum Novum las obras astronómicas de Mut.

En el siglo XVIII, en la mentalidad ilustrada, predominaba la idea por la cual España era un país científicamente atrasado, lo que solo era verdad en parte porque, pongamos por caso, los astilleros españoles de entonces construían los mejores barcos del mundo que trataban de copiar los ingleses. El cronista mallorquín Buenaventura Serra no dejó en el olvido la tradición científica española renacentista y la de los llamados novatores, científicos del siglo XVII, algunos de ellos jesuitas que anduvieron por Mallorca. Conocía Serra superficialmente la obra de Newton y llegó a interesarse, eso sí como aficionado, por alguno de sus cálculos más vulgarizados. Como diletante poseía instrumental científico en su gabinete, como un microscopio en 1772. Ese aparato había sido inventado por Jean Faber (1624) y a mediados del XVIII distaba de ser una novedad. Los novatores (Tosca, Corachan ...) lo habían utilizado al igual que Feijóo. Recuerdo los tiempos en los que investigaba en la antigua Casa de Cultura en cuya sala de libros viejos estaban los maravillosos anaqueles de Montesión. Como escribió Cela en La Colmena, solo nos va quedando el «fraude y el modernismo».