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Nos sobran turistas y nos faltan ovnis. Un drama. Los veranos son, tradicionalmente, un calvario para los periodistas. Los políticos no mienten porque están de vacaciones, así que no hay Dios que llene las páginas de un diario. Y de la web ya no hablamos. Nuestros antecesores, que las sabían de todos los colores, recurrían a una temática infalible: los extraterrestres. Y si eran de Sóller, mucho mejor. Cada verano, pues, un alienígena o varios nos visitaban. Fieles a su cita con la Isla. Como Michael Douglas. Curiosamente, ahora que todos tenemos teléfonos móviles, a esas caprichosas criaturas les ha dado por no manifestarse. Será porque son tímidos, seguro. En los años cincuenta, un fotógrafo alemán afincado en la Isla tomó unas fotografías de un supuesto objeto volador no identificado que causó furor. Pero no descartamos que el buen germano hubiera engullido media botella de hierbas dulces y aquella mancha negra fueran los estorninos de la plaza de España. Años después, en 1978, una quedada cerca del Puig Major reunió a cientos de entusiastas de la ufología, que esperaban un encuentro en la tercera fase. Aún siguen esperando. Menos mal que todavía nos queda un enclave lleno de misterio llamado Punta Ballena, donde unos seres blancuchos, casi transparentes, mutan con el sol a un color rosado chamuscado. Y son capaces de ingerir en una sola noche cincuenta chupitos seguidos y perderse de camino al hotel, que está justo en frente del bar. Ellos sostienen que son turistas de Liverpool, pero los mallorquines no somos tontos y sabemos la verdad. Son los últimos extraterrestres.