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Hay un personaje oscuro, en un país más oscuro, del que apenas tenemos otras referencias que sus posados frente a los tanques y de cómo activa de tanto en tanto un botón y dispara un misil. Es un país cerrado a cal y canto y marcado por el culto a un dirigente eterno. Resultaba muy cómodo, y quizás hasta tranquilizaba, reducir toda la maldad del universo a Kim Jong-un y a Corea del Norte. Y pensar que al otro lado empezaba el mundo de los buenos. Pero es que ya no es así, es que te pones a pensar y ves el mundo de hoy como un reflejo de aquellas historias ilustradas de la editorial Novaro en las que Superman o Batman se enfrentaban a sus villanos, Lex Luthor o Joker y, a veces, todos los villanos se unían en una liga, también los que se enfrentaban a otros superhéroes como Spiderman, este del universo de Marvel. Aquí y ahora, en el mundo de hoy, Kim Jong-un ya no es el único villano, el único del lado oscuro. Hay más, pongamos que también se pueda incluir a Putin o a Netanyahu. O a cualquiera de esos grupos de historias posapocalípticas: los talibanes, el Isis. Cada vez la línea que puede diferenciar lo bueno de lo malo se hace invisible. Y lo malo ya no llega por complós, golpes militares o guerras. Está llegando a través de elecciones, ya sea en la Europa que presume de haber inventado la democracia o en Estados Unidos. Ahí, por un sistema electoral que arranca de la época en que los resultados se llevaban a caballo y tardaban meses en llegar -se escogían compromisarios que elegían a los presidentes- están a punto (no es más que cuestión de meses) de entregarse otra vez a un villano, a Trump. El otro día se preguntaba Enrique Lázaro, con su brillantez habitual cómo hemos podido llegar hasta aquí, a tener que elegir -contaba- entre sujetos siniestros. Y concluía que eso es la democracia basura. Tan grata a la liga de los villanos y sus altavoces.