Los resultados de la primera vuelta de las elecciones francesas: triunfo de Agrupación Nacional, partido de extrema derecha que quedó por delante del Frente Popular de extrema izquierda y la caída del centro del presidente Macron, dan pie a una serie conclusiones. Hasta el domingo, lo ocurrido hace una semana no pasará de ser una victoria provisional pero no por ello deja de ser significativa porque señala que la razón del éxito de la extrema derecha no tiene tanto que ver con la situación económica como con el hecho de que una parte del electorado percibe que la globalización y la política de las elites no les representa.
Los obreros votan al partido de la señora Le Pen. Y hay otra clave social: la percepción de inseguridad y que en el caso de las grandes ciudades va unido al fracaso de las políticas de integración de los ciudadanos nacidos en el seno de familias de emigrantes. Pese a la generosidad del sistema social francés, hay pobreza, desempleo, discriminación y fracaso escolar. Y presión del islamismo en las escuelas. Jóvenes nacidos en Francia, hijos de familias de una segunda generación, que no se sienten franceses y con nulas expectativas de salir de los guetos de los barrios marginales circunstancia que les empuja hacia la marginación y la delincuencia.
El candidato lepenista Jordan Bardella ha centrado sus discursos en el problema de la seguridad conectando así con una parte del electorado que sufre la inseguridad en su barrio como una amenaza real. No es descartable que el cruce de alianzas propio de la segunda vuelta deje a la extrema derecha sin opción de llegar a Matignon, pero no es seguro y lo que ahora parece más viable es un escenario de cohabitación.
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