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Si Gabriel Le Senne fuese francés, tendría hoy que enfrentarse a las urnas en solitario. No tendría sin el oxígeno paternal de supuestos moderados que le facilitasen el goce del poder. Fue la brava Francia de 1789 la que rasgó las cortinas de la tiranía cambiando el destino de la humanidad. Y ahora la derecha liberal burguesa y toda la izquierda, entrelazados de cabo a rabo, del primero al último, han articulado un «frente común republicano» para impedir el avance de los agoreros del odio contra los más débiles. El cordón sanitario antifascista vuelve a ser un hecho. Estas elecciones francesas han hecho revivir el espíritu que hizo posible el hundimiento del nazismo y sus socios ideológicos hace ochenta años. Le Pen cree que un discurso contra los inmigrantes, despertando frustraciones sociales y bajos instintos colectivos, le basta para alcanzar el poder. Es posible que esta vez le salga el tiro por la culata.

En otros tiempos, cuando la libertad estuvo en juego, nadie hablaba de inmigrantes en el lado de la democracia, cuando los seres libres se unieron contra Hitler y sus aliados. En 1944, para limpiar de fanáticos a la patria de Rousseau y Montesquieu, se lanzaron al combate norteamericanos procedentes de todos los Estados de la Gran República; luchadores de la Commonwealth, desde Inglaterra a Canadá y Australia; republicanos españoles, los primeros en entrar en París el 24 de agosto, con la tricolor desplegada en sus carros de combate y teniendo presente la frase de Manuel Azaña: «Contra la tiranía todo es lícito, nada obliga». Y en primera línea marchaban los franceses libres de Degaulle, sin distinción de ideologías ni credos. Fue el cordón sanitario más importante que han conocido los siglos. Su espíritu indomable sigue hoy regando nuestras conciencias. Pese a que algunos incautos que se dicen moderados no quieran verlo ni actuar en consecuencia.