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Tomando prestado el título de uno de los mejores libros del gran escritor italiano Claudio Magris, podríamos decir que la barriada de Pere Garau conforma desde hace años un pequeño «microcosmos», casi a imagen y semejanza del mundo globalizado en el que hoy nos movemos. En ese microcosmos es posible encontrar, además, gran parte de lo mejor que nuestra ciudad representa ahora, en especial su creencia en que la multiculturalidad es enriquecedora para todos. En ese sentido, Pere Garau sigue conservando en gran medida la esencia popular que tenía décadas atrás, complementada con la presencia de personas de origen subsahariano, magrebí, hispanoamericano y oriental. A ello podríamos añadir que tan querido como su mercado municipal es el mercadillo que se instala en el exterior de la plaza los días laborables. Desde la pandemia, los lunes, los miércoles y los viernes se dedican a la venta de ropa y calzado, mientras que los martes, los jueves y los sábados se destinan a la venta de verduras, frutas, animales, flores y plantas. Es un espacio que conozco bien no solo como cliente, sino también como antiguo asalariado, pues en él trabajé como vendedor de ropa en los años ochenta. Todavía hoy, es un espacio en el que apenas suenan los móviles y en donde es posible charlar tranquilamente con los vendedores, mientras escuchamos a veces a algún gallo un poco despistado que aún canta a las diez de la mañana, o nos tomamos luego una cerveza en un café próximo, o leemos los diarios en su edición de papel, que conforman también, a su manera, otro pequeño microcosmos.