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Pienso que el ruido de las motos y coches del que presumen algunos tipos es proporcional a su nivel de imbecilidad. Cuando en el interior de la cabeza no hay nada, normalmente asoma el ruido y cuando solo pueden presumir de dar gas y mostrar que son propietarios de un aparato potente por regla general es porque no hay una maldita neurona que sirva para nada en el cerebro. No hay nada más allá de eso, de inundar las calles con el atronador tubo de escape sin importar ni la hora ni el lugar ni si hay un hospital cercano. En verano en Palma es difícil dormir con la ventana abierta ya no por los mosquitos, que más o menos pueden frenarse con una mosquitera, es difícil hacerlo porque en cualquier momento pasa un descerebrado con la moto o el coche de gran cilindrada apurando las marchas y despertando a todos los vecinos. No queda más remedio que cerrar, echar mano del ventilador o del aire acondicionado y seguir pasando las horas como buenamente uno pueda soñando con el final del verano y con la canción del Dúo Dinámico. El terrorismo ambiental debería estar penado como lo está conducir borracho al volante, aunque me temo que lo del ruido está ya tan normalizado que no se hace nada. De lo contrario los salvajes que rompen la armonía de los barrios estarían ya perfectamente localizados, identificados y con las nóminas embargadas de la cantidad de multas que deberían pagar. Tengo la sensación de que nada de esto sucede porque sigo viendo y escuchando motos y coches conducidos por los mismos tipos sin el más mínimo respeto hacia el resto de ciudadanos que escuchamos la radio con auriculares para no molestar al vecino.