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En cierta coyuntura de alabanza hacia la pseudociencia, aquella tan habitual en el pasado de oscuridad y relanzada por los antivacunas y negacionistas, reivindico la medicina de base científica, sustentada en el saber y la experiencia. También es verdad que la sanidad de ahora es más avanzada en equipamiento y tecnología, pero menos en conocimiento general. Me lo comentaba el otro día un cirujano de los de antes, con capacidad extraordinaria y casi divina de curar cualquier dolencia sin apenas medios. Eso es lo bueno y lo malo de la excesiva especialización.

En cualquier caso, lo que quiero es reflexionar sobre la necesidad de una ciencia de la salud incompleta sin humanización, esa que apela a una asistencia integral hacia el paciente con calidad humana, empatía y delicadeza. Sanar el cuerpo o la mente con cuidado del alma, por buscar una metáfora. Porque los fármacos e intervenciones vencen enfermedades y alteraciones, curan y salvan vidas, pero las palabras y las sonrisas son tan terapéuticas que resultan imprescindibles. Y los sanitarios que no tienen en cuenta esta parte en la atención a los enfermos no son buenos profesionales.

Cuando alguien está enfermo sólo desea estar en su casa y con los suyos. Encontrarse en un centro hospitalario puede tranquilizar, pero también genera incomodidad y desasosiego. Al dolor físico se une el miedo y la incertidumbre ante el riesgo de empeoramiento o desenlace fatal, la tristeza por un estado indeseable e incluso la vergüenza por ser aseado y cuidado por desconocidos. Ellos, y quizá más que nadie los auxiliares de enfermería, mantienen a salvo la dignidad del enfermo, que necesita sentirse arropado para sanarse.

Hace unos días un familiar directo estuvo ingresado en Son Espases. En otras ocasiones me he quejado del brutal tiempo de espera en Urgencias, pero en esta ocasión los profesionales actuaron con extraordinaria rapidez y la comunicación, como otro elemento indispensable, fue idónea y detallada. En la unidad de ictus de Son Espases tienen clara la necesidad de una medicina humanizada. He comprobado cómo todos los sanitarios trabajan con evidente diligencia, pero, además, con un trato exquisito hacia los ingresados. La mayoría, curiosamente, son mujeres. Las auxiliares derrochan dulzura y simpatía reconfortantes; las enfermeras atienden con esmero y empatía, y las neurólogas informan con precisión y dialogan con el paciente con gran paciencia, valga la cacofonía.

Tenemos suerte de la sanidad que tenemos en España y Baleares. Aunque las listas de espera se eternicen, las urgencias se colapsen, los horarios de consultas externas sean muy limitados, falten especialistas en hospitales y PACs y algunas atenciones sean mejorables, ningún otro país tiene una sanidad universal como la nuestra y prueba de ello es el turismo sanitario que algunos intentan.