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Cuando veo por televisión alguien conocido, vecino o amigo de toda la vida normalmente, me incorporo del sofá y señalo la tele informando a la persona que está junto a mí, Carmen si estoy en casa o a algunos de los Carlos si me encuentro en la redacción: «Mira, éste es de mi pueblo». Cuando voy al mercado los martes y veo a la persona en cuestión ocurre más o menos lo mismo pero al revés, es decir, le señalo con discreción y susurro al oído de Carmen: «Mira, el que salió por la tele el otro día». Y entonces cierro el círculo y sigo a otra cosa. No sé muy bien por qué les cuento esto ni si tiene especial relevancia, pero cuando hace calor no pienso de forma normal, es decir, me cuesta pensar o pienso cosas absurdas como esta y lo que es peor, las escribo aquí. Además, me cuesta dormir. El otro día buscando en internet fórmulas para conciliar el sueño vi que un tipo explicaba la del 4-7-4. Es decir, 4 segundos inspirando, 7 reteniendo el aire y 4 soltándolo. No solo no me dormí sino que equivoqué la fórmula y casi me ahogué. No lo intenten. Fue un terrible error porque me desvelé, me levanté y encendí la tele y me dio el amanecer. Y cuando amaneció me entró un sueño feroz, incontrolable, por momentos resacoso. Pero coincidió con el horario de levantarse de mis dos gatas, ‘Bimba’ y ‘Lúa’ y a esa hora prepararles el desayuno con su pienso crujiente es innegociable, al igual que lanzarles una ratita de esparto para que la persigan un mínimo de 356 veces. Y entonces me digo a mí mismo que esto no volverá a ocurrir, que por la noche no abriré la tele para ver si sale alguien del pueblo, ni buscaré fórmulas absurdas para dormir con las que empiezo a toser descontroladamente. Pero cuando va pasando el día y cae la noche y llego del periódico a las mil, vuelvo a caer en la misma trampa. No hay nada peor que desvelarse en verano.