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He sido durante años uno de los invitados a la recepción veraniega que los Reyes ofrecen a la sociedad civil de Balears. Encantadora está cada año la reina Sofía cuando saluda a centenares de personas. Se muestra ciertamente interesada por lo que pasa en Mallorca; aquí es feliz. El año pasado se situó sonriente frente a las puertas del palacio y conversó con decenas de invitados. Algo parecido ocurre con el rey Felipe. Él recorre la terraza de Marivent y saluda a quien se encuentra. A su alrededor se forman corros de personas que quieren intercambiar unas cuantas palabras y en ocasiones hacerse alguna foto. Una célebre y tradicional instantánea es la de los menorquines, a los que agrupa el colega Pons Fraga. He asistido a recepciones veraniegas en La Almudaina y Marivent, y el comportamiento de la reina Letizia también ha seguido un mismo patrón, pero divergente. Suele reducir su presencia al mínimo, forma pequeños corros con gente conocida suya, como Jaume Anglada o Agustín El Casta. El año pasado vi que se puso de espaldas a la recepción para hablar con Jordi Gutiérrez, su jefe de Comunicación, Mariàngels Alcázar y otros periodistas que siguen a la Familia Real. Ella no ejerce de anfitriona. Las personas que acuden salen encantadas, y eso que muchas no prueban bocado. Los canapés son devorados nada más ser presentados por los camareros. Hay quien tiene mucho apetito. El despliegue de las fuerzas de seguridad es extraordinario y los agentes son serviciales y amables. Todo es distendido, o eso parece. Y es de agradecer.