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Algo chirria institucionalmente cuando la presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol, ejerce de jefa de la oposición los fines de semana en Balears. No es estético, y probablemente tampoco muy ético, que la tercera autoridad del Reino de España después del Rey y del presidente del Gobierno, al terminar su semana laboral en Madrid se persone en las Islas travestida de antagonista principal de la presidenta del Govern, Marga Prohens. Por comprensible que pueda ser su actuación para mantener a toda costa su estatus en el sanchismo insular, evidencia un sectarismo impropio de quien tiene la responsabilidad de presidir la Cámara que reúne a todos los representantes de los ciudadanos. También es cierto que visto cómo se maneja en la tribuna del Congreso, a golpe de señales más o menos discretas de Pedro Sánchez, no debería sorprender su comportamiento de hooligan político.

Cualquier acto de partido vale para no desaparecer del discurrir de la política insular y cualquier acontecer en el Govern sirve para descalificar a Prohens, la presidenta, según Armengol, con más inestabilidad de la historia de la democracia. Al referirse al ejecutivo popular el primer término con el que lo asocia es caos. En el encuentro con los sanchistas ibicencos no le tembló la voz al afirmar que «los socialistas no queremos crecer más urbanísticamente en viviendas de lujo que hacen imposible que los residentes puedan tener una casa». Entre aplausos enfervorizados el Consell de Mallorca que gestionaba el sanchismo anunciaba a finales de 2022 una nueva modificación del Plan Territorial de Mallorca con la finalidad de impedir la urbanización de más de 1.100 hectáreas de terreno donde estaban previstos crecimientos de distintos pueblos de la isla. Es una verdad de Perogrullo que a más protección del territorio mayor es su precio y, por tanto, menos posibilidades de acceso tienen aquellas personas cuyas cuentas corrientes no les permiten figurar en el epígrafe de ricos. Sería redundante repetir la mención de los 3000 chalets cuya paternidad corresponde a los ocho años del Govern Armengol. O a las 115.000 nuevas plazas turísticas. O al desbordamiento del arrendamiento vacacional.

Las cifras de crecimiento turístico de las que tanto se enorgullecía la alianza de izquierdas, especialmente después de la tormenta del Covid (sin duda se perdió la oportunidad de hacer mejor las cosas), no han sido obstáculo para que los edecanes de Armengol, Negueruela y los demás, hayan pretendido convertir la protesta ciudadana contra la saturación turística en una manifestación de reproche al Govern de Prohens. Después de un mandato de ocho años en el que han hecho y deshecho a su antojo en todos los órdenes, sin que, por cierto, se agotara ninguna paciencia social. Un tiempo de bonanza económica, al menos así se entendía, que ha incrementado exponencialmente la llegada de trabajadores procedentes de otras geografías, sin que a ninguna institución gobernada por los ‘progresistas’ se le moviera un músculo para pensar que harían falta más y mejores infraestructuras, viviendas en primer término. Los hoteleros han calificado su actitud de cinismo político. Si fuera en términos bíblicos, no estarían en condiciones de tirar ni la primera ni ninguna piedra.