Estas olimpiadas llegan en el mejor momento de la legislatura. Durante dos semanas los deportes nos van a tener entretenidos en las cafeterías con aire acondicionado y vamos a dejar de pelearnos por cuestiones políticas en las tertulias de los bares. Estos juegos llegan en el mejor momento y se convierten en una buena disculpa para relajar la crispación en la que nos han metido los actores políticos.
Palma vuelve a destacar en unas olimpiadas, lo más alto entre lo más alto, como lo hizo en las pasadas ocasiones y en las anteriores. Tenemos una de las cuotas de participación más altas de España. La presencia de nueve olimpistas palmesanos -como nueve fueron las primeras divinidades del panteón del Olimpo de la primera mitología griega- nos convierte en la tercera ciudad española con mayor representación después de Madrid y Barcelona. Dieciocho mallorquines. Veintiuno, si añadimos a la suma a Menorca e Ibiza. Pero si a estos números les ponemos nombre, llegamos a la conclusión de que no podemos estar mejor representados. Solo falta esperar las mieles de las medallas que nos van a traer nuestros representantes en el trono del olimpismo. Ellos son nuestros dioses del deporte. Porque, si el Olimpo es el hogar de cristal de las antiguas deidades helénicas, Palma lo es de los deportistas de las olimpiadas actuales.
En realidad, no necesitamos analizar datos ni cifras para saber que Mallorca es tierra de olimpistas. Siempre lo ha sido y lo seguirá siendo, si los políticos no lo estropean. Quizás esta sea una buena ocasión para echarse una siesta de verano bajo una buena sombra y soñar que Palma se convierte en la sede que dará vida a unos juegos olímpicos. Para deleitar aprovechando -que diría Tirso de Molina- propongo volver a leer a Homero, o leerlo por vez primera para quien no lo haya hecho antes.
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