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Una de las joyas de la cantera del Barça, Pau Cubarsí, revela, en un castellano fluido, que le cuesta hacer las entrevistas en castellano porque ha hablado toda la vida en catalán. En una entrevista, y lo digo por experiencia propia, puedes ponerte nervioso y que las respuestas no surjan como deseas en un principio, algo similar al síndrome de la bata blanca que se padece en los hospitales y que, por ejemplo, te eleva la tensión cuando te la toman. Imagínate si no es el idioma que dominas, en el que piensas y sueñas. Las críticas que recibe este jugador por su sincera revelación son de un talante invasivo a más no poder. No sólo parecen criticarle por ser catalán sino por pensar en el idioma que ellos, los virtuosos del idioma, no consideran correcto. Es decir, se trataría de manipularle mentalmente. Y los comentarios suelen provenir de gente que no deja de dar patadas al diccionario en cuanto abren la boca y que chapurrean una especie de castellano-garrulo, más garrulo que castellano, que provoca que uno se espante desorbitando los ojos o se eche a reír soltando pedorretas, tanto da. Y, desde luego, con oír hablar a Cubarsí te das cuenta que en cuestiones ortográficas y de vocabulario, porque seguramente sigue estudiando y con buenas notas, les da mil vueltas a sus críticos tanto en castellano, un castellano rico, como en catalán. Y posiblemente en inglés y en chino mandarín. No me equivocaría mucho si todos estos críticos y amantes de nuestro idioma, ese que veneran tanto y del que en un examen no pasarían del muy deficiente, son los mismos que piden plomo en un twitter para las personas migrantes como ha sucedido con el concejal de Vox, Daniel Furió. El propio ayuntamiento de Paiporta (Valencia) lo denunciará ante la Fiscalía por sus declaraciones xenófobas así como solicitará su dimisión. Y todo en un exquisito castellano que no necesita exabruptos ni suciedades lingüísticas para servir de ejemplo.