TW
0

Las prestaciones de mi Volkswagen Polo de 2001 eran como las mías al volante, básicas. Pero hace poco decidí cambiarlo por uno similar, y atendí las recomendaciones de amigos y entendidos. De ese modo fui subiendo peldaños en la calidad del sustituto. El coche nuevo debía ser un híbrido de bajo consumo, automático, más grande que el Polo, pero discreto. Por esa vía y la del renting llegué a un vehículo japonés que vi por primera vez al recogerlo. El amable vendedor me quiso enseñar sus prestaciones, pero sólo me interesé por una tecla que las neutralizaba. Sin embargo, el vehículo reivindica permanentemente su inteligencia, y eso que lo desactivo cada vez que me meto dentro. Por ejemplo, caen cuatro gotas y salta el limpiaparabrisas; conduzco de noche, y pone y quita las largas. No puedo adelantar si no le doy al intermitente. Me da un pitido y un volantazo si me aproximo al borde de la calzada. En las callejuelas estrechas se ralentiza, me guste o no, y salta una alarma. Si aprieto un botón del volante, acelera hasta justo lo legalmente permitido para frenar si se acerca al vehículo de delante. Hay veces que incluso habla, pero no sé por qué, ni le entiendo. Hace todo lo que puede para mantenerme en tensión. El coche es como los de su gama: alto, grande, de faros gatunos y amenazante como un Panzer. Su ancho desborda todos los párkings. Y llegados a este punto, dos reflexiones. Una, Tráfico puede autorizarle a conducir solo. Yo no le hago falta para nada, incluso creo que le incordio. La segunda, los hay que jamás deberíamos desprendernos del coche antiguo.