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Aprincipios de este mes estuve en la playa de Llenaire, en el Puerto de Pollença. El día antes, en Alcanada. Cuenta la tradición familiar que un antepasado mío por parte de madre fue quien plantó los pinos de esta segunda playa para solaz de un montón de generaciones venideras que se han refugiado en su sombra. Desconozco quién hizo lo mismo en Llenaire, y sobre todo desconozco por orden de quién plantó los pinos mi tatarabuelo. El caso es que en ambas playas, bajo los pinos, había mucha gente leyendo entre baño y baño. En Llenaire lo hacía una familia entera, dos hermanas adolescentes dentro de un flotador doble que pintaba muy cómodo, con agua, la madre y el padre. Evidentemente espié como pude los títulos que leían, como el día antes en Alcanada. Mi alegría fue máxima al ver que una de ellas leía en catalán y con devoción L’illa del tresor de Stevenson, mi libro preferido. Hay esperanza.